Culpable, pero no arrepentido. Solo un pájaro negro revolotea sobre su gloria: la violación de una joven actriz, a ritmo de tango. Hasta el sol tiene manchas, justifican sus adoradores.
Quedará en la historia como el último emperador del cine, en alusión al filme que lo consagró en las marquesinas globales, si bien ya era un aventajado fraile con cintas monumentales como: El conformista; Novecento y El último tango en París, esta última asociada a una de las escenas más crueles de la pantalla.
Hasta su nombre era inmenso: Bernardo Bertolucci. Descendía de artistas; su padre, Attilio fue poeta; la madre, Ninetta Giovanardi, una profesora italiana que lo parió en Parma el 16 de enero de 1941.
Todo apuntaba a que seguiría los trazos paternos y se ganaría la pitanza enhebrando versos; pero el destino hace lo que le viene en gana y tras pasar por las aulas universitarias decidió experimentar con una camarilla casera.
Su hermano Giuseppe hizo de ayudante, pero el verdadero cicerone fue –y aquí el lector deber tomar aire– Pier Paolo Pasolini, quien por entonces solo era un fanático escritorzuelo marxista mezclado con psicoanalista, en la Italia de la postguerra.
Ambos reconocieron la mutua ignorancia en torno a los entresijos –no en el sentido anatómico– de la producción cinematográfica, pero le entraron con entusiasmo juvenil a la película Accattone, obra iniciática de Pasolini.
Tenía 21 años y quedó hechizado. Los compulsivos de las cifras cuentan que produjo cerca de 15 filmes más, algunos solo fueron opúsculos y otros obras faraónicas, también probó con piezas experimentales y para vivir aceptó unas más tradicionales. Hizo de todo.
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Quienes nunca vieron ni una de sus películas pero desean presumir en reuniones de esnobistas, pueden sintetizar la vida de Bertolucci así: guionista, productor, poeta y polemista. Retrató a los desheredados de la tierra, a seres descompuestos y a una burguesía caduca, como cavernícolas alrededor del fuego.
Silencio y complicidad
Si algo carcomió la conciencia de Bertolucci –dado el supuesto de que tuviera– fue la cacareada escena de El último tango en París, en la cual Marlon Brando viola contranatura –como diría un censor– a María Schneider.
Hasta un neardenthal digital puede buscar esa secuencia en Youtube, así que ahorraré al lector los detalles porque la broma de Brando –con la aquiescencia de Bertolucci– destruyó la vida de la aspirante a estrella.
En principio la película destilaba sexo, escándalo y muerte, tanto que la prohibieron y en Italia condenaron a Bernardo a cuatro meses de prisión y –sin exagerar– dejó a Saló o los 120 días de Sodoma como una kermés.
Nadie sabe si fue real o fingida la violación, pero María inició un proceso de autodestrucción con sobredosis de calmantes, marihuana, cocaína, LSD, heroína y licor. “Intenté suicidarme, pero sobreviví porque Dios decidió que no era mi hora de partir.”
El director nunca se arrepintió y alegó que la jovencita conocía el guion; la sugerencia de usar mantequilla –para suavizar la sodomización– se le ocurrió a Brando en el desayuno, cuando embarró una tostada.
La actriz acusó a Bertolucci de proxeneta y este lamentó la muerte de María –en el 2011– “antes de que pudiera abrazarla y pedirle excusas”. El 26 de noviembre, a primera hora de la mañana, Bertolucci murió y pagó esa deuda.
Tu y yo
Las mujeres jóvenes siempre fascinaron a Bernardo; las seducía con su encanto y la promesa de catapultarlas al firmamento. Stefania Sandrelli, Dominique Sanda, Liv Tyler, Eva Green o Tilda Swinton son algunas de las más conocidas.
Con 20 años conoció –en el rodaje de Accattone– a Adriana Asti y se casaron; la relación acabó seis años más tarde y después repitió con la escenógrafa María Paola Maino.
Bastante inestable en cuestión de amores, logró cierto equilibrio con Clare Peploe, a quien conoció en el set de Novecento, donde ella era asistente de dirección.
En 1978 se casaron, vivieron juntos 40 años y desarrollaron una carrera artística en paralelo, ya que ella era guionista, productora y directora de cine.
El cineasta nunca tuvo hijos porque su hermano Giusseppe ocupaba ese sitio y estaban dominados por su omnipresente padre.
Si se pudiera descontar de su factura vital el asunto de Schneider, nada empañaría la gesta de Bertolucci, aunque su funeral se realizó en olor de santidad, en el Campidoglio del Ayuntamiento de Roma, rodeado de los bustos de los personajes más conspicuos de Italia.
El último emperador
Su primer filme La commare secca lo dirigió con apenas 21 años, producto de su iniciación –en 1961– con Pier Paolo Pasolini, su mentor y amigo.
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El prestigio logrado en Europa alcanzó la estratosfera cuando ganó nueve premios Oscar en Hollywood con El último emperador; después agregó 39 más en diferentes certámenes.
El gobierno chino le dio permiso para filmar en la Ciudad Prohibida la historia de Pu Yi, el último emperador de la dinastía manchú; 500 millones de personas lo adoraban como el hijo del cielo. Acabó como jardinero en Pekín.