Uno de los días más placenteros de este año fue cuando decidí que todo lo que haga Kanye West de ahora en adelante será irrelevante en mi vida. Por meses, me había sentido obligado a perseguir cada tuit, artículo, crítica y entrevista. No podía perderme nada de “la figura cultural más relevante de hoy”.
Naturalmente, por mi trabajo, necesito estar al tanto de qué hace Kanye, de cuándo se estrenará la nueva temporada de Game of Thrones , de cuál banda hiperfamosa sacará disco nuevo pronto y un etcétera tan vasto que abruma. Sin embargo, en cuanto a mi consumo personal, volví a celebrar la indiferencia como filtro.
Parece una tontería afirmar algo tan obvio, pero en nuestra época, tiene nombre. FoMO, fear of missing out (miedo a perderse algo), es el término en inglés que define la ansiedad por estar ausente de algo, de quedar por fuera de alguna experiencia placentera que otros estén teniendo. Perpetuamente conectados a Facebook, Twitter y otras redes sociales que utilizamos solo porque los demás lo están haciendo, sentimos con más fuerza ese deseo de conectarnos con lo que otros hacen, sin importar si calza con nuestros hábitos o rutina.
Es una ansiedad moderna, síntoma del huracán de texto e imágenes de hoy (no solo generacional, como dicen quienes propagan el término millennial despectivamente). La académica Sherry Turkle se preguntaba en una charla TED si, a la vez que exigimos y esperamos más de la tecnología esperamos menos de nosotros mismos y nuestras relaciones interpersonales.
Es una invitación a preguntarnos qué tipos de conexiones queremos tener; también, a pensar cómo decidimos qué leer y ver. Antes lo dábamos por sentado; ahora, quizás solo temporalmente, soltamos la manivela en manos del algoritmo de Facebook.
La posibilidad de que tal vez, solo tal vez, esté pasando algo interesante en Twitter nos hace deslizar el dedo por la pantalla del teléfono más veces de las que bastarían para hallar algo valioso. “El mundo impulsado por el texto de respuesta rápida no hace la autorreflexión imposible, pero hace poco por cultivarlo”, escribe Turkle. Ante la inundación, contemplar es un lujo.
Ahora bien, al llegar al cafetín y escuchar todo sobre lo “increíble” e “imprescindible” del episodio 4 de la nueva temporada de House of Cards , es difícil dar un paso atrás y retirarse de esa conversación. Si todos mis amigos están hablando de lo más popular del momento, ¿cómo me lo voy a perder?
Pensamos en lo “popular” con ideas del pasado, cuando decenas de millones sufrían simultáneamente por lo que ocurriese en Ecomoda y allí acababa la televisión popular: el resto se conformaba con fragmentos de la audiencia. Hoy, con la música, el cine, la televisión y los libros desperdigados entre cientos de nichos, ¿qué es popular?
Sí, todos estaban hablando de La Tocola en mi muro de Facebook, pero, ¿qué tal si su mensaje no es para mí? No es poco común toparse con comentarios como “¿Y a mí qué?”, pero si estamos leyendo eso es por algo: FoMO (no es que antes no ocurriera, ni que en el pasado vivimos “mejor”: tener tanta información a mano es una ventaja inédita en la historia, pero siempre hemos tenido que separar la paja del grano).
Contraria al FoMO es la JoMO: joy of missing out (la alegría de perderse algo) Es alegre retomar el control de lo que vemos, escuchamos y leemos. Ya en el siglo II advertía Marco Aurelio que no tenemos que sentirnos obligados a opinar sobre todas las cosas: “Las cosas en sí mismas no tienen el poder de extraer un veredicto tuyo”. Ni siquiera si da para un buen tuit.