
La última mujer de verdad. Si hubiera sido una diosa griega, le habría correspondido la manzana de oro que tenía grabado: ¡A la más bella!
El tiempo, que coloca todo en su lugar, no le perdona nada a nadie; ni a ella, que a sus casi 90 años es solo una sombra de lo que alguna vez fue: “la donna più bella del mondo”.
Los franceses, tan cuadriculados y esquemáticos, tuvieron que incorporar a su lengua una palabra –“lollobrigienne”– para describir aquellas damas de formas generosas y curvas abismales.
El atrevimiento llegó a tal punto que en Francia publicitaron un sostén con el apodo “Les Lollos”, y en la circunspecta Alemania llamaron “Lollo” a una locomotora, cuyas protuberancias frontales recordaban las de la actriz italiana que sacudió el planeta como si fuera otro ¡Big bang!
Aunque es una mirrusca, apenas mide 1,58 cm, encarnó el prototipo de la belleza latina: cabello castaño arremolinado, ojos marrones endiablados, voz profunda y envolvente, voluptuosa y una piel del color de la tierra.
Pudo venir al mundo como Venus, sobre una concha marina, pero escogió algo más prosaico. Nació –el 4 de julio de 1927– en el hogar de Giuseppina y Giovanni, un ebanista italiano que engendró otras Tres Gracias: Giuliana, María y Fernanda, para completar el séquito que rodearía a Luigina; más bien a Gina Lollobrigida, como la llaman en toda la galaxia.

La Lollo –así, entre nosotros sus íntimos– creció más pobre que una hormiga: “vivíamos seis en una habitación y yo quería convertirme en actriz, era orgullosa, ambiciosa y tenaz”.
Un dichoso error cumplió su sueño, si bien los críticos de cine – larvas de gorgojo– nunca le dieron mérito a sus películas, su belleza arrastró mareas de fieles a las butacas y puso de vuelta y media a directores de fuste y actores de relumbre.
Un bombardero alemán destruyó el taller paterno y la familia emigró de la montañosa Subiaco, en Italia, a Roma donde La Divina estudió pintura, escultura y fotografía, antes de participar en el concurso Miss Italia de 1947, a los 20 años.
El jurado, seguramente todos ciegos, dio el título a Lucía Bosé y a Gina el cuarto puesto, pero ella tenía lava en lugar de sangre y a puro coraje logró pequeños papeles artísticos.
Probó suerte en Hollywood, pero su marcado acento y fuerte carácter la marginaron. Volvió a los 22 años y se casó con un médico yugoslavo, Milko Skofic, con quien vivió dos décadas y tuvo a su único hijo Andrea.
Alcanzó el éxito con la cinta Tuya en setiembre , junto a Rock Hudson en 1961 y lo demás fue coser y cantar. En su haber destacan: La burla del diablo ; Trapecio ; La ley ; Hotel Paraíso y la teleserie Falcon Crest .
Admirada, urbi et orbe, solo la Sofía Loren le hacía sombra, pero mientras esta iba, ya la Lollo venía de vuelta de todo y por allá de los años 70 abandonó el cine y se dedicó a su gran amor: la fotografía.
En este campo destacó por sus entrevistas, una de ellas con Fidel Castro, a quien visitó en Cuba y ambos fumaron un enorme puro habanero.
Del encuentro solo quedó una foto; nadie sabe qué pasó entre el barbudo revolucionario con fama de conquistador y aquella escultura viviente.
La mujer de paja
A los 85 años le entró la calentura otoñal y un chulo de siete leguas, Javier Rigau, le endulzó el oído y le aceleró las cuatro hormonas que le quedaban. Sin darse cuenta terminó casada con él, en una boda tan secreta que no se enteró ni ella.
El tal Rigau es un abogado español, dedicado al negocio inmobiliario que conoció a la diva a mediados de 1984, en una fiesta en Montecarlo. Al parecer, por unos asuntos legales Gina le firmó unos poderes especiales para actuar en su nombre.
Si bien la Lollo tuvo decenas de amantes y se conocía los dobleces de todos los hombres, Javier fue la horma de su zapato y supo ganarse su corazoncito con zalamerías y servilismo.
La prensa revuelcaestiércol denunció que Rigau era un cazafortunas, que ya se había echado al saco a varias celebridades entradas en años, urgidas de arrumacos y calientacamas. “Al comienzo, era solo pasión. Después llegó el amor”, aseguró la estrella.
El jactancioso de Rigau se llenó la boca y dijo: “para ser sincero, a mí me gustaba mucho una amiga de Gina: Marilyn Monroe”. ¡Puñeta!, ni que tuviera el miembro de oro.
La cuestión fue que el infame usó la firma de la Lollo para casarse, en el 2010, en Barcelona y constituirse en heredero de la diva. Solo para tener una idea de su fortuna ella donó, en el 2013, para apoyar la investigación de las células madre: varios diamantes, unas perlas y algunos pendientes que recaudaron casi $7 millones.
Otra versión aseguró que el matrimonio fue legal, porque las firmas eran verdaderas y todo obedecía a que la Lollo entró en una crisis senil y solo le hacía caso a su secretario, ni siquiera a su adorado nietito Milko Dimitri.
Una hembra así lo que da es miedo. “Hago sombra y eso a un hombre no le gusta”; será por eso que nunca encontró un amor verdadero, “ pues soy una mujer complicada”.
Sea una cosa u otra Gina Lollobrigida siempre ha vivido como le ronca la máquina; a sus 90 años la prudencia y la discreción ni se entienden ni se comparten porque: “Una mujer a los 20 años es fría como el hielo, a los 30 se pone tibia y después de los 40 está que arde”.