El músico costarricense, miembro de la agrupación Malpaís, recomienda sus series favoritas.
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Por Jaime Gamboa
Pienso que la culpa fue de Breaking Bad. Pero tal vez comencé a incubar esta tendencia a conectarme con las teleseries mucho antes, en los lejanos años 70, cuando nos reuníamos frente al único televisor de la cuadra para ver La Isla de Gilligan y La Tremenda Corte, aprovechando la última hora antes de que apagaran la planta eléctrica y quedáramos a merced de las candelas y las historias de miedo contadas por la abuela, con el fondo musical de un coro de chicharras.
Lo cierto es que adicciones como esta no tienen otra causa que la necesidad profunda que sentimos algunos de volcar nuestras frustraciones, deseos y reivindicaciones en el destino de otras personas, más o menos ficticias. Y utilizo la palabra “adicción” porque, ciertamente, no encuentro otro mejor descriptor para algo que nos hace sudar las manos cuando sabemos que se acerca el final de temporada, nos hace sentir en abandono cuando tenemos que esperar un año para volvernos a conectar, o nos hace sufrir, llorar o entrar en éxtasis empático por cosas que no le están ocurriendo, literalmente, a nadie.
Dicho esto, me asumo adicto, pero no a cualquier teleserie. Digamos (y sé que este es el punto en el que algunas personas coincidirán y otras me considerarán un hereje, traidor a la causa) no soporté Gran Hotel ni Velvet. No pasé de los primeros 15 minutos. Sin embargo, para hablar de otras series españolas, disfruté mucho de El tiempo entre costuras, la puesta en escena de una novela histórica ubicada en tiempos de la Guerra Civil española; y estoy devorando con placer cada capítulo de Merlí, la serie catalana que gira en torno a un excéntrico y conflictivo profesor de filosofía que va mostrando a sus alumnos la gran utilidad que puede tener el pensamiento filosófico para resolver problemas de la vida cotidiana. Muy recomendable.
Ahora bien, debo confesar también que la mayoría de las series que me atrapan no van por la línea liviana de Merlí, sino más por los oscuros vericuetos del alma y la sociedad, como en la espectacular Peaky Blinders, un drama histórico con profundas raíces en la trama política y económica que modeló la sociedad inglesa en la primera mitad del siglo XX. Actuaciones, fotografía, ambientación y guion de primer nivel hacen de cada capítulo una pequeña peli de la que uno no se puede perder el más mínimo diálogo. Acabo de terminarla y la volvería a ver, aunque reconozco que tuve justificadas protestas hogareñas debido a sus altos niveles de violencia. Ni modo.
¿Otras recomendaciones? Si les gusta el drama histórico, las dos primeras temporadas de Outlander son brillantes, también toda Vikings. Pero si la adicción les lleva más por el mundo de los superhéroes oscuros, mi favorita, sin duda, ha sido Jessica Jones. En policiales, no se pierdan obviamente Breaking Bad (que es mucho, mucho más que una policial) y la genial Fargo, inspirada en la peli de los hermanos Cohen.
Claro, todo esto lo pueden ver mientras el mundo está detenido, esperando por la última temporada de Game of Thrones. ¡Hasta pronto, adictos!
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