Hace 35 años Guillermo Sáenz y Juan Carlos Crespo decidieron prepararse para una competencia prácticamente desconocida en Costa Rica y lo hacían sin estar muy conscientes del nivel de aventura que les esperaba.
No sabían cómo mezclar el entrenamiento de tres deportes, tampoco qué bicicleta necesitaban y uno de ellos apenas estaba aprendiendo a nadar.
Ambos se comprometieron con el Ironman, una prueba de triatlón en la que se nada 3,8 kilómetros, se hacen 180 kilómetros de ciclismo y 42 de atletismo.
“No sabíamos realmente a lo que íbamos. Así de claro”, asegura Sáenz hoy, cuando recuerda los meses previos a la competencia.
Los dos se habían dedicado a practicar deporte, tanto así que, por ejemplo, Crespo planeó junto a su amigo Álvaro González el primer triatlón de El Coco, uno de los más reconocidos a nivel nacional.
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Fue precisamente en esa comunidad guanacasteca donde Crespo se enteró del Ironman y días después le comentó la idea —o locura— a Sáenz, quien venía de correr la maratón de Boston y decidió acompañarlo.
“Un estadounidense que andaba en Costa Rica quiso hacer el triatlón de El Coco. Hicimos buena amistad y me contó que había competido en Hawái. Entonces le dije que si me ayudaba a ir y me puso en contacto con la organizadora”, relata Crespo.
En ese entonces (1983) la organización de Ironman no tenía la popularidad de la que goza ahora. Hoy en Hawái se sigue disputando la competencia, que pasó a ser el campeonato mundial de Ironman y al que hay que clasificarse.
Pero cuando Juan Carlos y Guillermo se atrevieron, solo necesitaron el visto bueno de la organización, que estaba satisfecha de recibir a ticos en su sétima edición.
El proceso fue angustiante y divertido al mismo tiempo, o al menos ahora les saca varias sonrisas.
“Antes de ir allá teníamos que hacer cosas que nadie había hecho aquí, combinar entrenamientos de las tres disciplinas. Había medio aprendido a correr, la bici todos sabemos de pequeños y yo había nadado”, cuenta Crespo, quien tenía 24 años en ese momento.
Pero Guillermo, con 38 años, tenía que aprender a nadar y ese se convirtió en su principal reto. Muchos le dijeron que ya le había agarrado tarde para hacerlo.
Día y noche pasaba en la piscina del Tenis Club, donde a falta de dos o tres meses para la competencia, consiguió sus primeros 50 metros sin parar.
Cambiaron sus bicicletas, las llamadas “portones”, por otras de mejor calidad. Y aunque reconocen que no llegaron lo suficientemente preparados, pero no había marcha atrás. Dos semanas antes del evento estaban en Hawái, dedicados a entrenar y descansar.
El día de la carrera evitaron calamidades en el mar, pero tarde o temprano les iba a tocar el sufrimiento, tanto que ambos pensaron en retirarse.
La carrera de atletismo fue una penitencia para Crespo. Le tocó caminar bastante hasta llegar a la meta, tras más de 14 horas desde que se metió al agua.
“Tuve cólicos y me iba a retirar, pero volví a ver para atrás y venía aquella fila de gente, entonces seguí. Me sentía obstinado y luego me pasó un mexicano que tenía un problema en la pierna y yo dije: ‘tengo que seguir’”.
La misma reflexión rondó la cabeza de Guillermo, quien padeció sobre la bicicleta, fue víctima de tachuelas y se quedó sin repuestos. Con la llanta pinchada quiso dejar la carrera, pero cuando intentaba explicar en español lo que le pasaba, la gente lo impulsaba a seguir.
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"Nadie me entendía que no quería seguir, me echaban agua y me empujaban para que no me detuviera". Con el aro reventado, continuó rodando, aunque no estaba convencido, hasta que pasó a su lado un adulto mayor.
Con tanto tiempo perdido, para él lo más sorprende y lo que le hizo enamorarse del Ironman y hacer 18 en Hawái —15 seguidos—, fue su posición en el atletismo, con un tercer lugar general.
Ese es su recuerdo más preciado, porque ni siquiera tiene claro si tardó 11 o 12 horas. Lo cierto es que recuperó el terreno perdido.
“Para mí la aventura como tal, la posición en la carrera y haber aprendido a nadar fueron cosas que se juntaron y pude decirme: ‘yo puedo hacer esto’”.
Ese 22 de octubre les quedó por siempre en la cabeza. Fueron dos de los 835 finalistas y marcaron el inicio de una pasión que hoy comparten muchos costarricenses.
Juan Carlos también lo recuerda con emoción y asegura que no hay palabras para describirla, comparada con la sensación de ser padre. Sin embargo, fue el único en Hawái, aunque hizo otros y luego se enroló en el trail running, una pasión que con 59 años aún mantiene y que en febrero próximo lo llevará a una competencia de 100 kilómetros.
Sáenz, organizador de la Maratón de San José que se corre este domingo, se alejó del triatlón en los últimos cuatro años, pero tiene planeado volver a un Ironman. Su objetivo será estar de nuevo en la línea de meta cuando cumpla 75 años, actualmente tiene 73.