A lo Joaquín Sabina, más de un saprissista preguntaría en la farmacia por pastillas para no soñar, algún remedio anti desencantos, cualquier inhibidor de ilusiones, una caja de curitas para el clásico de media semana y la destitución de Wálter el Paté Centeno.
Dirán, como quien echa mano a un inapelable examen de sangre, que está a la vista y cuantificable un rendimiento del 61% con el que Vladimir Quesada duró en el cargo 11 meses menos de los sumados por el actual timonel. Justo esta semana se cumplieron dos años desde su prometedor arribo, cual profeta del ganar y gustar, o más bien a la inversa, del gustar y ganar.
Las dos cosas las ha conseguido a medias (vale como mérito y deuda a la vez).
Muchas veces gusta, muchas otras gana, aunque no las suficientes para una afición que desprecia segundos lugares -así sea en la Liga Concacaf- y aún más un tercer puestos -en el último campeonato nacional-, una afición que siente eternos los escasos siete meses transcurridos desde el festejo del título nacional y que inicia cada campeonato resentida y quejumbrosa porque los fichajes rivales fueron más rimbombantes.
Pueden quitar al Paté Centeno, darle los santos óleos, las sinceras gracias y hasta un puesto en la liga menor, donde quizás haría maravillas con esa palabra tan usaba en sus primeras conferencias de prensa: “educar”. Educar a los futbolistas, contagiarlos del amor al arte, del toque de pie a pie, de la posesión de balón, del ‘egoísmo’ innato de quien en sus años de futbolista pocas veces regalaba balones al rival.
Bajo su dirección técnica, Saprissa será protagonista y peleará títulos. A lo mejor, con un técnico de mayor rigurisidad defensiva, algo mejora este Saprissa que ya hoy es capaz de ganar en un buen día cualquier partido del campeonato nacional, incluso un clásico sobre la Liga de Leo Moreira, Bryan Ruiz, Alex López, Marcel Hernández y Johan Venegas. ¡Me faltó Agustín Lleida!, a quien algunos parecen atribuirle todo el mérito (pero eso es tema de otra columna o como dice mi colega Gustavo Jiménez, “enano de otro cuento”).
Me temo, sin embargo, que el potencial despido de Centeno podría ser tan eficaz como el de Vladimir Quesada. Si Michael Barrantes y Christian Bolaños siguen cumpliendo años, si Fernán Faerron aprendió que Daniel Colindres engancha hacia adentro en el vértice izquierdo del área, si Jordy Evans apenas toma el estandarte dejado por la pronta salida de Manfred Ugalde, de un cambio generacional retardado por veteranos que hasta hace poco depararon un título, si la figura del torne anterior decidió partir hacia el archirrival, entonces la salida de Centeno podría ser como pedir migretil para el dolor de estómago.
Quizás alivie la migraña, hasta el próximo dolor de cabeza.