El texto Una montaña de aserrín. Testimonio de una sobreviviente, de Yanina Rovinski, forma parte de una corriente que tiene como fin primordial la recuperación de la memoria. Se trata de volver la mirada al pasado, pues nuestro tiempo, por escurridizo e inasible, parece escaparse de nuestras manos. Surge entonces la necesidad de atrapar hechos históricos y vivencias personales dolorosas unas y reconfortantes otras, para que no se pierdan y conserven su espacio dentro de la historia cultural de un país.
En este caso fue Yanina Rovinski, hija del recordado escritor Samuel Rovinski y de Sarita Giberstein, quien se abocó a transcribir memorias y recuerdos que conforman el legado de su madre. Cuenta, al inicio del relato, que fue su padre quien la convocó a realizar esta significativa tarea: “Siempre pensé que sería mi padre, el escritor, el eterno enamorado, quien escribiría esta historia, [...] pero nos dejó a sus hijos y nietos la tarea de recordar”.
Hay un estrecho lazo que une a estas dos mujeres, madre e hija, Sarita y Yanina. Ese fructífero encuentro, ese trasladar al papel historia tras historia, esa disposición de ir reconstruyendo un pasado, da cabida a traer al presente la historia, el recuerdo, el ayer. Y es gracias a ese vínculo que se logra que el texto, más allá de lo anecdótico, se convierta en símbolo de la función de las mujeres como recuperadoras y guardianas de la memoria tanto individual como colectiva.
Vivencias. Sarita, con sus recuerdos y Yanina capturando y transcribiendo con éxito la voz de su madre, logran una cronología que transmite con fidelidad todas las vivencias.
El texto está dividido en dos partes. En la primera, Sarita recuerda como, siendo aún una niña, asume la difícil tarea de cuidar a sus hermanos menores. Narra también las huidas, los escondites en los techos y en otras estancias en las que “pasarían a veces horas acurrucados contra los muros del sótano, esperando el siguiente ataque aéreo”. Oye claramente el bombardeo y los “largos silbidos de las bombas antes de estallar”. Y recuerda “el pavor que sentía al oír los silbidos que precedían a las explosiones cada vez más cercanas”. También en la narración se reconstruyen recuerdos y vivencias de otras experiencias de sus familiares durante el ataque nazi a Varsovia, uno de los momentos más nefastos de la fuerza nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
La segunda parte recrea el inicio de su vida adulta, de una nueva vida familiar y del encuentro y matrimonio con Samuel Rovinski. Muy importante la recreación del ambiente cultural de la época, como los momentos del auge de la actividad teatral, de interés por el desarrollo del cine y de la dramaturgia.
Sarita recrea encuentros con personalidades de gran solvencia intelectual quienes, en medio de gran camaradería, no solo compartían inquietudes, sino que plasmaban sus iniciativas relacionadas con momentos claves del desarrollo de nuestro quehacer cultural. Para quienes vivieron esa época, el texto les traerá a la mente significativos recuerdos.
Sensibilidad. Yanina transcribe textualmente el lenguaje asequible, amigable, sin dobleces, coloquial y sincero de su madre, amén de que en muchas ocasiones, las más sensibles, le cede la palabra a Sarita para que sea ella, en “persona” –como narrador protagonista– quien reviva los momentos más significativos.
Sarita y Yanina escarbando en su memoria y trayendo al presente recuerdos y vivencias, en este caso de la saga de una valiente familia, se convierten, como mujeres/recuerdo, en símbolo de la capacidad de la mujer como guardiana de la memoria. El texto es un buen ejemplo.
La autora es filóloga.