Cuando escucho Hatikva, el himno del Estado de Israel, o Esperanza en español, inconscientemente, mi corazón comienza a tararear la bella melodía, y también cada vez que me sumerjo en las noticias y escucho los testimonios de las víctimas de los ataques perpetrados por Hamás el 7 de octubre, y perpetuamente en contra de su propio pueblo palestino.
Mi mente se remonta con tristeza a los años treinta y cuarenta, cuando mi familia fue perseguida y asesinada en Europa por el simple hecho de ser judía.
Tuve la suerte de nacer en un país libre y democrático, como Costa Rica, pero crecí entre las tristes memorias de mis abuelos, quienes aprovechaban cada oportunidad para recordarnos las pesadillas que sufrieron durante el exterminio sistemático de judíos llevado a cabo por los nazis.
Mi abuela, sobreviviente de Auschwitz, sintió que volvió a nacer cuando fue rescatada, y juró nunca olvidar. Nosotros, las nuevas generaciones, sus hijos, nietos y bisnietos le juramos “nunca jamás”. Promesa que parecía en aquel entonces fácil de cumplir.
Admito que ser descendiente de sobrevivientes del Holocausto no es fácil y me ha marcado profundamente. Leí decenas de libros y tuve el privilegio de escuchar de boca de los sobrevivientes cómo fue la persecución de que fueron víctimas antes, durante y aún después de la Segunda Guerra Mundial, y, específicamente, sus aterradoras experiencias personales.
Me he preguntado toda mi vida cómo fue posible que seres humanos fueran capaces de cometer tales atrocidades y cómo fue posible que los nazis consiguieran matar a seis millones de judíos junto con otra cantidad de grupos minoritarios en el transcurso de unos pocos años.
Solos no habría sido posible, me contestaba a mí misma cuando todavía era niña. ¿Cómo lograron que tanta gente les ayudara a ejecutar su elaborado plan para exterminar a los judíos de la faz de la tierra?
Mucho se ha escrito sobre las campañas de desinformación que emprendió el régimen durante la Alemania nazi, que contando mentiras deshumanizadoras sembró en la población alemana el odio hacia los judíos.
Consecuentemente, un número considerable de personas se convirtieron en colaboradores voluntarios y otros, en espectadores silenciosos de las barbaridades que presenciaron.
Nunca entendí tampoco cómo alguien puede negar todavía hoy el Holocausto. Había pruebas en aquel momento y después, cuando los campos fueron liberados, fotos, testimonios, libros, películas, en fin, hechos históricos que han sido bien documentados, incluso por los mismos agresores, pues los nazis, orgullosos de su trabajo, dejaron como herencia a la humanidad pruebas contundentes de gran parte de los horrores de los que fueron capaces.
Con dolor en el alma, me levanté el sábado 7 de octubre y escuché las noticias devastadoras de una masacre sin precedentes en Israel, perpetrada por la organización terrorista Hamás en contra de miles de judíos que dormían tranquilamente en sus casas o bailaban en un concierto por la paz.
Bebés asesinados o quemados en el horno de sus casas, mujeres violadas hasta destruir sus cuerpos, padres desmembrados en presencia de sus hijos, en fin, 1.400 asesinatos cometidos en kibutz, en el desierto del Néguev y en las calles, y más de 200 secuestrados… Un desenlace cruel y escalofriante que revive el horror del pasado.
Tristemente, la historia se repite y el luto acompaña los corazones del pueblo judío. Alrededor del mundo, de nuevo surgen voces que niegan los hechos y exigen pruebas de lo sucedido el 7 de octubre, a pesar de que los milicianos de Hamás tomaron fotografías, grabaron videos y transmitieron orgullosamente las pruebas de sus crímenes.
Nuevamente, a quienes profesamos la fe judía nos “bombardean” con una campaña de mentiras y desinformación que provoca un aterrador aumento de manifestaciones antisemitas alrededor del planeta.
Las redes sociales están inundadas de información manipulada cuyo objetivo es generar terror y odio. Hoy, los judíos nos sentimos otra vez con miedo y frágiles en un entorno hostil por el simple hecho de haber nacido judíos.
El tiempo pasó, murieron nuestros abuelos y los abuelos de nuestros abuelos, las heridas comenzaban a sanar y la gente empezó a olvidar. Por eso, la historia tiende a repetirse, porque se olvida.
En honor a mis abuelos y a las víctimas del nazismo, los pocos sobrevivientes del Holocausto y los 6 millones de judíos que fueron ejecutados junto con otros, hoy con gran vigor recuerdo mi promesa de que nunca jamás sucedería algo parecido.
Sin embargo, lo escribiré entre signos de interrogación: ¿Nunca jamás? Dejo la pregunta para que cada uno en su corazón medite si es posible responder con un sí o con un no.
La autora es abogada y diseñadora de modas.