La edad de oro de la microbiología se remonta a 1857, cuando Louis Pasteur demostró que las infecciones estaban asociadas a microorganismos que era posible cultivar y estudiar. En 1881, Robert Koch logró comprobar que los microorganismos producían enfermedades de forma directa.
Ambos maestros de la ciencia realizaron estudios para protegerse de enfermedades infecciosas mediante la inyección de gérmenes atenuados. Para ese entonces, solo se conocían las bacterias, cuyo diámetro oscila entre 0,6 y 1 micrómetro, de manera que pueden analizarse con microscopio óptico; por su parte, los virus, que en esa época no se conocían, son notablemente menores en tamaño, por lo que solo se pueden ver utilizando microscopios electrónicos, que dicho sea de paso fueron desarrollados 50 años después (entre 1931 y 1933) por el físico Ernst Ruska y el ingeniero Max Knoll.
En 1892, el bacteriólogo alemán Richard Pfeiffer, discípulo de Koch, examinó el esputo de 31 pacientes durante la pandemia de gripe de 1889 a 1890, y descubrió un tipo de bacteria en forma de bastón a la que llamó Bacillus influenzae, que en su honor se le denominó posteriormente bacilo de Pfeiffer, conocido hoy como Haemophilus influenzae, causante de neumonías y meningitis, además de actuar como infección secundaria en padecimientos respiratorios.
No obstante, Pfeiffer cometió un error al atribuirle ser causante de la gripe, situación que tendría una enorme repercusión sobre la gripe española de 1918 y durante el siguiente siglo de la medicina. Los científicos comenzaron a establecer conexiones entre las bacterias y las enfermedades, pero nadie logró vincular convincentemente un patógeno específico con la gripe, término que se refería a síntomas respiratorios infecciosos que habían afectado a las poblaciones a lo largo de milenios.
Durante la denominada gripe española de 1918 a 1920, basados en las afirmaciones de su descubridor, los científicos de la época la relacionaron inicialmente con el bacilo de Pfeiffer. Los esfuerzos por establecer una conexión entre esta bacteria y la enfermedad —que producía muchas muertes— provocó frustraciones y contratiempos, incluidos intentos fallidos por desarrollar una vacuna eficaz.
Aun así, el error de Pfeiffer tuvo consecuencias positivas de efecto duradero en la ciencia y la medicina, pues promovió la investigación y el desarrollo de medicamentos, como la vacuna contra el bacilo de Pfeiffer; sin embargo, no era eficiente contra la gripe española e incluso una revisión de 500 páginas de todos los artículos científicos relacionados con la pandemia, hecha por el bacteriólogo Edwin Jordan en 1927, concluyó que no era posible deducir legítimamente que el bacilo de Pfeiffer fuera la causa de la gripe.
En 1929, Margaret Pittman descubrió seis diferentes cepas de Haemophilus influenzae, de las cuales una era patógena, y se identificó como Hib o Haemophilus influenzae tipo b, y que fue relacionada indirectamente con esta enfermedad.
Las cosas cambiaron en 1930, cuando el virólogo Richard Shope aisló específicamente el primer virus de gripe conocido, en cerdos enfermos de Iowa, Estados Unidos. Pasados 75 años, en el 2005, Taubenberger y sus colegas identificaron la cepa mortal que causó la gripe española, en tejidos de una mujer conservada en el permafrost (hielo) de Alaska; era el virus H1N1, que había pasado de las aves a los humanos, y que actualmente es considerado el ancestro de microorganismos causantes de diferentes episodios de gripe.
El autor es microbiólogo y salubrista público, director del Laboratorio Nacional de Aguas del Instituto Costarricense de Acueductos y Alcantarillados (AyA).