Durante los últimos días hemos roto, y vuelto a romper, récords de contagios, hospitalizaciones y ocupación de camas en las unidades de cuidados intensivos (UCI) por la covid-19. Quizá mucho se deba a que, semanas antes, también batimos récords de descuido, falsa sensación de seguridad e irresponsabilidad en el manejo de grupos (familiares, productivos, comerciales o institucionales). Y tampoco podemos desdeñar el proceso de vacunación que, aunque avanza con mayor rapidez que la media mundial, está muy lejos de generar algo parecido a la llamada inmunidad de multitud o colectiva.
A lo anterior se une que la tasa de contagio, o índice de reproducción de la enfermedad, llegó ayer a 1,33, lo cual quiere decir que cada 100 portadores del virus generan 133 contagios. Si ese rango se mantiene durante un mes, llegaríamos a una cifra catastrófica cercana a 10.000 casos diarios, según proyecciones del Centro Centroamericano de Población de la UCR, encabezado por el demógrafo Luis Rosero Bixby.
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La situación es en extremo grave. El gerente médico de la Caja Costarricense de Seguro Social, Mario Ruiz, dibujó la realidad actual en estos términos: «Si un paciente requiere cama de cuidados críticos y no hay una disponible, lo ponemos en una de moderados; si no hay una disponible, se pone en una de severos; si no hay una disponible, se pone en una cama de leves o de hospitalización; y si no hay una disponible lo ponemos en una de pasillo». Obvia decirlo, pero debemos reiterarlo. En seis días, afirma el ministro de Salud, Daniel Salas, podríamos llegar a los 4.000 enfermos diarios y los servicios de salud carecen de camas para atenderlos. Si alguien consideraba el coronavirus una idea falsa, basada en temores o suposiciones, las palabras de Ruiz a la pregunta de La Nación aclaran toda duda: «¿Si ya llegamos al momento tan temido? Yo le respondería que sí, ya llegamos a un punto en que la capacidad institucional de una atención optima llegó a su límite».
Vivimos la peor emergencia sanitaria en varias generaciones, porque si con la covid-19 y sus efectos no fuera suficiente para hacer colapsar nuestros hospitales, debemos recordar que existen otro tipo de pacientes y emergencias que también requieren camas en los salones y las UCI.
El gobierno decidió restringir más la circulación de vehículos y el cierre del comercio no esencial del lunes 3 al domingo 9 de mayo. La restricción, como también señaló el ministro Salas, ha probado ser una medida muy eficaz para doblegar la curva. Ojalá lo sea también en esta coyuntura. El balance entre salud y actividad económica no debe ser estático, sino moverse en función de las coyunturas y desafíos, siempre con la vista puesta en el mayor bienestar posible.
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En este sentido, es necesario, entre otras cosas, que las autoridades arrecien los controles sobre fiestas y reuniones masivas, cierre de locales que incumplan los protocolos sanitarios, exigencia en el uso de mascarillas y una gestión cuidadosa del transporte público. La responsabilidad de los jueces es respaldar la labor policial. Los autobuses y sus colas en las paradas son una de las principales fuentes de aglomeración, y durante la época lluviosa, con las ventanas cerradas, los riesgos aumentan. También resulta necesario arreciar la guardia sobre medidas precautorias en los precarios, donde el hacinamiento impera, en las empresas agrícolas intensivas en mano de obra que dan albergue a varios de sus operarios y los centros educativos.
No nos atrevemos a emitir un criterio fundado sobre el manejo de la campaña de vacunación, pero sí podemos constatar que avanza con mucha lentitud. En este sentido, la resolución para permitir a clínicas y farmacias privadas la importación de vacunas merece reconocimiento, aunque sabemos que el suministro mundial dista de ser fluido y responde a una dinámica de libre comercio distorsionado. Existe gran escasez, en la producción y distribución imperan el proteccionismo y el acaparamiento, tanto de vacunas como de los componentes necesarios para producirlas, y los flujos realmente sustanciales se canalizan, por razones lógicas, mediante los respectivos gobiernos. Por esto, su eventual venta privada no puede verse, a corto plazo, como una solución viable; apenas como un posible apoyo marginal a la campaña nacional masiva.
Una última sugerencia: estamos inmersos en la campaña política, todavía no formalizada. Todos, empezando por los aspirantes a cargos públicos, debemos evitar que la covid-19 se convierta en foco de confrontación —u oportunismo— electoral irresponsable. Una cosa es plantear ideas; otra, convertir simplismos en consignas que desorientan.
Cuidados extremos, responsabilidad individual y colectiva, adecuada inteligencia de datos, medidas oportunas, previsión en todo lo posible, agilidad en la ejecución, superación de trabas, agilización burocrática y transparencia son algunos referentes que debemos seguir, con las autoridades como principales responsables de tomar y ejecutar las buenas decisiones. Pero el deber nos toca a todos.