El presidente Sebastián Piñera no lo esperaba; tampoco el resto de América Latina. Chile, el país cuyos indicadores sobresalen en la mayoría de las mediciones, se encuentra en uno de los momentos más críticos: dieciocho muertos, entre ellos un niño de cuatro años, miles de heridos y detenidos, el Ejército en las calles y la población sometida a un toque de queda, como en la época de la dictadura.
La solicitud de perdón de Piñera, así como el anuncio de un plan social, son insuficientes para acallar al pueblo que al momento de escribir esta columna se mantenía en las calles. No se le perdona su lamentable declaratoria de guerra y su sordera inicial.
Ha sorprendido la magnitud del movimiento y su grado de violencia. Ochenta estaciones del metro sufrieron vandalismo, lo mismo que comercios e industrias. Se calculan las pérdidas del transporte subterráneo en, cuando menos, $300 millones.
Detrás del estallido de frustración, está el sentimiento de un pueblo cuyo bolsillo no soporta más aumentos. El salario promedio del 50 % de la población asciende al equivalente a $550, por lo cual un aumento en el pasaje del tren puede significar casi un 10 % del salario.
Si a quienes ganan $550 les es insuficiente, en peor situación están los que reciben el salario mínimo o una pensión, cuyo promedio es $286, o bien, el tercio de la población que se encuentra en la informalidad. Chile es además uno de los países más caros de América Latina, según un estudio publicado por la BBC esta semana, y muchos han recurrido al endeudamiento.
Es la clase media la que más reclama que, siendo Chile un país con tanta riqueza, como por ejemplo sus yacimientos de cobre, lo que lo ha convertido en el mayor exportador del mundo, los beneficios del crecimiento han sido desiguales. Chile es el más desigual de los miembros de la OCDE, con un coeficiente de Gini de 50 y la distancia entre el 10 % más rico y el 10 % más pobre es abismal.
Lo sucedido en Chile es una alerta para el resto de Latinoamérica, incluida Costa Rica, teniendo por norte las sabias palabras de don Pepe: “La estrella que nos guíe debe ser (…) el bienestar para el mayor número”. Eso solo se logra dando confianza y mejorando la competitividad del sector productivo, nervio y motor de la generación de riqueza.
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La autora es politóloga.