No es simplemente volver o retornar. Regresar supone una actitud existencial diferente porque, de una u otra forma, el que regresa dejó de ser el mismo que partió. Cuando se deja un lugar conocido y nos alejamos de relaciones humanas diarias o frecuentes, de hábitos, proyectos o sueños, comienza a experimentarse la vida de otra forma.
Poco a poco, el que partió comienza a conformar otra vida, otras relaciones, y se forjan nuevos horizontes por la novedad de la experiencia que, inevitablemente, se convierte en rutina en otro lugar. Al regresar, todo aquello que se recuerda como parte esencial de la vida se descubre cambiado, o hasta desaparecido. Se puede volver al mismo lugar, pero regresar significa descubrir el paso del devenir de la historia cuando estábamos ausentes y, al mismo tiempo, nos descubrimos también transmutados.
Al separarnos de lo que era habitual, nuestra memoria fijó en el tiempo un ayer que cada día que pasa nos es más lejano. Cuando se regresa, nuestra mente intenta encontrar algo de aquellas memorias que todavía perduran. Es como si necesitáramos reafirmar que ese lugar es el sitio donde vivimos y crecimos, porque el cambio nos hace extraños en aquello donde todavía nos sentimos parte con nostalgia.
Pero la verdad es que nuestra participación en aquella realidad, después de estar lejos, fue nula. Claro, no todo es totalmente nuevo, pero las memorias de los seres humanos son cortas y pocos tienen interés en entender por qué vivimos de un modo y no de otro en el pasado.
El presente, no hay duda, nos aturde, porque siempre en él nos sentimos protagonistas, aunque lo seamos solo en parte y necesitemos reencontrarnos en el pasado para no caer en errores evitables, aunque la verdad es que no apreciamos la experiencia del que pasó antes, lo sentimos como un estorbo, como una decoración pasada de moda.
El que regresa está cambiado, sus nuevas experiencias, diferentes a aquellas que vivía antes, lo hacen diverso. Al salir de la rutina de lo habitual y comenzar a formar otra no sustentada en la misma prospectiva de vida, la conciencia se altera, los valores se adecúan a otras realidades y se tiene una actitud renovada ante lo que en el pasado resultaba determinante.
Otra construcción del mundo
Mudar de esa forma nos hace estar vivos, pero también entran en conflicto la nostalgia, la nueva realidad y la forma en que los que dejamos han transformado la experiencia que les heredamos.
Regresar no necesariamente es un acto de consuelo y alegría, puede ser una experiencia amarga o generar la sensación de impotencia. Sí, regresar puede ser decepcionante, porque las expectativas de nuestra mente se anclan en la memoria, pero ella no podía evolucionar al ritmo de la actividad diaria y continua.
El alma del que regresa, sin embargo, puede superar la tristeza y usar todo lo que vivió en otro lugar como riqueza para comenzar otra construcción del mundo al que vuelve. Como cambió en otro lugar, regresar implica compartir lo desconocido, aumentar la visión de las cosas y apasionarse de nuevo por lo que en el pasado resultaba bello o provocador.
Claro, no siempre los mismos desafíos del pasado se encuentran en lo que se dejó y se reencontró, pero la realidad pasa siempre por el filtro de nuestra percepción de la vida, por lo que reaparecen los antiguos retos, pero revestidos de formas no pensadas antes.
El regreso también puede ser traumático. Cuando no se es bienvenido en los lugares de nuestro pasado o cuando somos olvidados, porque tal vez no vamos a encontrar a las mismas personas que dejamos. Sea la muerte, sea porque los demás también mudaron, nada indica que el mundo que dejamos nos vuelva a reconocer o aceptar.
Es parte de la vida que algunos ni siquiera piensen en la posibilidad del regreso de algunos, porque se sienten amenazados o problematizados. Esto es algo que el que regresa tiene que afrontar con discernimiento y valentía, esperando el tiempo oportuno para acoplarse al cambio.
Conversión
Se puede tener prisa por recomponer el pasado, lo que es una tentación muy común, pero eso no se puede hacer. Es posible usar las ruinas de lo que se dejó, pero hay que ordenarlas de otra forma, incorporar nuevos materiales y dejarse ayudar por el que siguió teniendo la experiencia de lo que dejamos en el día a día de su existencia. El que regresa no es un restaurador, siempre será un revolucionario provocador porque trae consigo nuevas posibilidades nacidas de otras vidas en otras tierras.
Es interesante que en el Antiguo Testamento se use el verbo šub (regresar, volver, retomar: sus sentidos básicos) como un auxiliar para decir que una acción se retoma. Pero también se usa para hablar del cambio de actitud y de comprensión de la realidad, que en el Nuevo Testamento se describe como conversión.
El regreso implica que se ha cambiado la mentalidad, que no se es el mismo, que la vida recomenzó de alguna forma y ahora comienza la oportunidad para iniciar otra novedad. Regresar al buen camino no significa simplemente encarrilar lo torcido, sino abrirse al horizonte que va generando el caminar. Esto implica dejarse deslumbrar por el nuevo paisaje y abrir brechas nuevas.
No hay pasividad en el regreso, sino un dinamismo complejo, que exige de nosotros una fuerte dosis de esperanza y coraje. Regresar desestructura, pero permite la celebración en el reconocer, en el reencuentro y en redefinición de la vida. Al regresar, experimentamos otra vez el aire que dejamos y que nos hincha el olfato con el suave aroma de lo querido y añorado. Sin embargo, otros vientos mueven ese aire y nosotros, como velas de un barco, podemos dirigir esa energía para encontrar un nuevo rumbo de libertad.
Nuevos caminos
Hay quienes al regresar se convencen de que no debieron volver. Efectivamente, se parte para dejar experiencias negativas, así que volver a donde tuvieron lugar decepciones y conflictos suele ser doloroso y difícil de aceptar. Pero la novedad que encuentra quien regresa hace que estos casos sean raros. Porque en el fondo todos nosotros sentimos que tenemos que regresar al momento donde experimentamos la paz.
Si hemos tenido una experiencia negativa, que queremos olvidar, es porque esta nos robó el sentido de lo que hacíamos con alegría. Buscar ese momento de paz anterior nos inspirará a ver las cosas más maduramente y con menos petulancia que antes.
También hay situaciones en donde el regreso es imposible, porque actuamos mal u otros actuaron despectivamente. Son situaciones límite y muchas veces desgarradoras. Pero hay otras muchas formas de regreso, que no necesariamente están vinculadas con el volver a un lugar. Hay muchas formas de estar todavía presente para seguir influyendo en la vida del lugar que se añora. Y, por supuesto, tenemos la capacidad de ensoñación para crear en nuestra mente y corazón caminos nuevos que nos lleven desde la distancia hasta lugar que un día dejamos.
Regresar no es simplemente estar donde estábamos antes; es mucho más que eso. Es examinar con acurado discernimiento lo que fuimos y lo que somos, lo que queremos y lo que soñamos, lo que hicimos y lo que queremos hacer. No importa cuán difícil sea regresar cuando se nos ha mandado al exilio, como los prisioneros liberados pero arrancados de su patria en estos días en Nicaragua.
Lo cierto es que la fuerza de nuestro espíritu nos permite seguir soñando con construir mundos nuevos donde nos cercenan la libertad. El regreso, como leitmotiv existencial, será siempre fuente de esperanza para hacer lo que podamos en momentos de odio y rechazo. Porque en nuestro corazón el regreso siempre es deseo permanente y empuje de incesante creatividad humana.
El autor es franciscano conventual.