La historia toca la puerta y cada gesto cuenta. La hora cero se anuncia. Nuestras disfuncionalidades se agolpan al unísono para una advertencia final.
Desafiados en todos los frentes y cuestionadas las simplezas oficiales de las narrativas, ya no hay margen para autocomplacencias.
Por una vez, y de repente, sentimos calentarse el barril de pólvora sobre el que descansa nuestra ufanada excepcionalidad.
Es innumerable el recuento de daños. Fiscalidad irresponsable, deuda galopante, abandono del sector productivo, brutal asimetría educativa y territorial, dolorosa desigualdad, bajísima eficacia del gasto público, Estado empresario, pobreza y desempleo rampante. Ilusos en esa realidad cotidiana, nos sentíamos excepcionales. ¡Vano orgullo!
Entonces, llegó la pandemia. Ella terminó de descarnar el peligroso entramado de nuestras risueñas percepciones. Nada perdona que sigamos dormidos. Pero costarricenses somos. A pesar de la tormenta, nada nos inmuta. Un inminente despertar de pesadilla nos acecha.
Nuestro cúmulo de tormentos tiene su punto de quiebre en las finanzas públicas. Por eso, un acuerdo con el FMI es terreno obligado para replantear un nuevo pacto social.
No con el FMI, sino entre nosotros mismos. Es materia para auspiciar un gran acuerdo nacional. Pocos gobiernos en la historia tienen una oportunidad así, para construir consensos y voluntad colectiva de cambio.
Son instantes privilegiados para grandes transformaciones. Pero necesitan lúcido liderazgo, prudencia en la palabra y coherencia en la gestión.
Eso no está ocurriendo. El gabinete económico se degrada en el peor momento, y el ministro de la Presidencia hace asombrosa gala de imprudencia.
¿Quién en semejante cargo y con una pizca de cordura va a querer degradar, valga la redundancia, la importancia de la degradada calificación de riesgo? Sus mismas declaraciones son objeto obligado de mala evaluación para el país.
Ni nos unimos para enfrentar desaciertos ni ponemos en el timón la sensatez que requerimos en una hora angustiosa. ¿Quién me diera la voz, el modo, la persuasión y el tacto para decirle, con el máximo respeto, al inquilino de Zapote, que no está solo, que hay otra gente en el mismo barco y que a todos nos atañe salir de estos “aPrietos”?
La autora es catedrática de la UNED.