Hace pocos días, nacion.com consultó a sus lectores cuál solución sobre rieles prefieren para atacar el caos en las vías metropolitanas.
Las opciones eran: el tren eléctrico, el tranvía, el metro subterráneo y el monorriel.
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Todos estos son proyectos que se están barajando para complementar al necesario ordenamiento del transporte público y la urgente ampliación de carrreteras y puentes.
Pues bien, me parece que la idea de construir un monorriel a lo largo de la carretera de Circunvalación representa una interesante alternativa para reducir presas.
Dicho proyecto debería ser la continuación lógica del tren eléctrico que este gobierno pretende dejar, al menos, con una primera línea operando en el 2022.
Mucho se ha escrito sobre los beneficios del tren. Por eso creo que, aprovechando el interés generado por el asunto de la movilidad urbana, debemos comenzar a ver más hacia adelante.
De los cuatro proyectos planteados, el monorriel sería el más rápido de instalar. Sus promotores estiman que se tardaría un año en construir un sistema elevado de rieles a lo largo de Circunvalación.
El servicio sería operado por vehículos eléctricos que viajarían en ambos sentidos de esta carretera a una velocidad promedio de 60 km/h.
Usuarios de Montes de Oca, Zapote, Desamparados, San Sebastián, Alajuelita, Hatillos, La Uruca, Tibás, Calle Blancos y Goicoechea serían beneficiarios directos de esta línea.
Sin embargo, si algún día tenemos una plataforma intermodal de transporte, también sería punto de conexión para usuarios de tren y bus de otras latitudes de la Gran Área Metropolitana (GAM).
Eso sí, esta propuesta afronta varios retos. El primero, sin duda, tiene que ver con el costo, el cual está estimado en la actualidad en $1.500 millones.
Solo el metro subterráneo resultaría más caro ($5.800 millones). Entre tanto, el tren implicaría una inversión de $1.235 millones y el tranvía, de hasta $270 millones.
¿Podrá el Estado financiar una obra como esa? La posibilidad de buscar un socio que comparta el riesgo y asuma un tiempo la operación podría ser una alternativa.
Otra cuestión tiene que ver con la rentabilidad. ¿Dejará el tren suficiente demanda insatisfecha como para justificar el desarrollo posterior de otro servicio? Habrá que considerarlo.
Además, la tarifa y la frecuencia de los viajes jugarán un rol decisivo a la hora de definir la factibilidad financiera y, sobre todo, la acogida social.
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Pero,indudablemente, la posibilidad de soñar en el futuro con un monorriel dependerá, en gran medida, del éxito o del fracaso del tren eléctrico.
Tendremos que ver primero cómo reciben los costarricenses este servicio y si genera un cambio cultural en la forma como nos movilizamos por la ciudad.
Si las condiciones son favorables, tal vez se sumen mucho más votos.
El autor es jefe de Información en La Nación