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El siglo XIX se enamoró de Shakespeare. No hay otra forma de decirlo. Se enamoró, además, perdidamente (o “encontradamente”, sería más propio decir). Por muchas razones que pueden ser resumidas de esta manera: los compositores decimonónicos encontraron en Shakespeare la expresión de las más extremosas pasiones (amor, odio, culpa, ira, ambición, sed de justicia, celos, embriaguez de vida, embriaguez de muerte, ansia de venganza), todas formuladas con una intensidad exorbitada, pero encapsuladas en las celdas de máxima seguridad de las palabras, en un discurso exquisitamente sofisticado


La obra <em>Como gustéis</em> de William Shakespeare es, como dice su título, para el gusto de todos. Basada en una antigua comedia pastoral llamada <em>Rosalyn</em> de Thomas Lodge, el Bardo de Avon, con su genio, la toma y la reescribe titulándola <em> As you Like it</em> ( <em>Como gustéis</em> ). Título muy apropiado porque esta pieza puede ser interpretada de diferente manera, según el gusto o la sensibilidad de cada quien; algunos la disfrutarán más que otros, pero, por lo general, es del agrado de todos.


El teatro sigue a la gente a donde vaya. Como con la mayoría de información que tenemos de Shakespeare, quizá nunca sepamos los pormenores de la historia de <em>Hamlet</em> ni de ninguna de sus obras. Solo podemos especular sobre las trayectorias que han trazado a lo largo de cuatro siglos desde la muerte de su autor –de quien tampoco conocemos lo suficiente para perfilarlo con nitidez–. Lo que sabemos con certeza es que hoy están en todas partes.