“Yo desde pequeña tenía inseguridades. Como yo tengo una gemela, me comparaban y uno también se comparaba; no solo con la gemela, también con las amigas, con las redes sociales. Eso fue detonando todo”.
Así, una joven de 15 años que pide reservar su nombre, contó cómo comenzó a desarrollar trastornos de la conducta alimentaria (TCA).
“Me comentaban de mi cuerpo y crecí con esas inseguridades en mi mente. Yo ya quería cambiar, era una obsesión”, agregó.
Su madre coincide: “Todo comenzó con bullying en la escuela, tenían muy buenas calificaciones, eran muy bien portadas. Había muchas comparaciones. Nosotros vivimos en Guanacaste, las escuelas son más pequeñas y eso puede afectar más”.
Aunque muchas personas viven esta condición en la escuela y colegio, hay personas que son más sensibles a estos comentarios, aún más cuando vienen de sus familias.
“Los comentarios quedaban en la mente, y creaban una obsesión. Uno crece con comentarios de familiares, a veces no suenan a insulto, pero pueden afectarnos, pero la gente no sabe cómo reacciona la otra persona, uno siendo niño está más sensible y eso le queda. Si esos comentarios vienen de alguien que queremos afecta más”, manifestó.
El comienzo
Para la madre, el cambio de la escuela al colegio recrudeció todo, porque las presiones de sus compañeros fueron mayores, pero también hubo otro detonante. En este caso, una película que vieron sobre cómo mataban animales para convertirlos en alimentos. Allí, las gemelas tomaron la decisión de hacerse veganas (no comer animales ni productos que provinieran de ellos, como leche o huevo).
“Me decían ‘nos vamos a quedar sin planeta’. Una gemela convenció a la otra, pero no hubo guía en cómo hacer el cambio”, señaló la madre.
“Las dos comenzaron con problemas. Una comenzó con vómitos, a comer un montón y a vomitar”, recuerda la madre.
Estos primeros episodios, con características de bulimia, fueron pocos, posteriormente se comenzaron a ver más bien episodios de restricción alimentaria fuerte, ya sin atracones ni vómitos, y esto fue dando paso a la anorexia.
“Comencé con mi hermana, pero a mí me dio más fuerte. A mí esa obsesión me cambió”, narró la adolescente.
La madre se sentía desesperanzada.
“Es muy difícil y en este país hay muy poca información y muy pocos profesionales especialistas. Más cuando uno vive lejos de San José”, aseveró la madre.
La pandemia exacerbó la situación
Madre e hija concuerdan en que la llegada de la pandemia y el pasar más tiempo en casa empeoraron la situación y la agravaron en cuestión de semanas.
“Cuando empezó la pandemia comenzó este movimiento de ‘tenés que hacerte una mejor versión de vos mismo, ser fit, comer más saludable, bajar de peso’. Entonces esa idea comenzó a calar en mí”, comentó la muchacha.
Ella añadió que tenía esa presión de “entre más rápido mejor”. Al estar en casa, ella tenía más tiempo para hacer ejercicio y en ver más lo que comía.
“Me concentraba en hacer muchísimo ejercicio y casi no comer y todo lo que comía debía ser super perfecto y mega saludable”, recordó.
Para su mamá, este fue el punto de quiebre.
“Se vino la pandemia y veía que una de mis hijas hacía ejercicio excesivo; era la más gruesita y comenzó a adelgazar más. Ya uno como mamá sospecha. Mucha gente me decía que era normal, que era por no comer carnes, pero yo veía algo raro”, reconoció.
“Ya ella solo comía hojas, ensaladas y vegetales. La otra era más golosita, entonces comía vegano, pero comía más y más variado”, agregó.
La adolescente no se percató de cómo llegó a desarrollar el trastorno, pero no demoró mucho en verlo, gracias a su gemela.
“Mi hermana me contó que tuvo un trastorno y yo le dije “creo que voy por ese camino” y ella me lo confirmó. Me dijo que me veía mucho más delgada. Ahí me preocupé”, agregó.
Mientras tanto, la mamá se agobiaba cada vez más.
“Ella hacía cuatro, cinco horas diarias de ejercicio. En cuestión de cuatro meses mi hija ya estaba en 27 kilos”, recalcó.
Su hija señala: “Era una esclavitud con el ejercicio y la comida, no comía casi nada porque no era saludable. Me sentía miserable”.
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Buscar ayuda... y no encontrar dónde
“Buscar ayuda fue tan difícil. En la zona no había nutricionistas especializados. Las chicas adelgazaban cada vez más, especialmente una de ellas”, recordó la madre.
“Estaba como loca. Mi hija llegó a pesar 27 kilos, midiendo 1,63 m. De 48 kilos pasó a pesar 27 en todo ese proceso mientras buscábamos ayuda”, añadió.
Lo peor para ellas fue tener que lidiar con la falta de personal especializado en la zona.
“Ni la nutricionista aquí por más privada tenía el conocimiento, ni las psicólogas”, rememoró.
“La llevé a un doctor y la quería internar porque temía que le diera un infarto, tenía el índice de masa corporal en 11″, añadió.
El índice de masa corporal (IMC) es la relación entre el peso y la estatura de una persona. Para que sea saludable debe estar por encima de 17,5. Una de 11 ya calificaba como desnutrición severa.
Esta situación se mantuvo durante aproximadamente dos meses.
La ayuda llegó y la recuperación fue rápida
La tía de las gemelas se enteró de la existencia de la Asociación de Desórdenes de la Conducta Alimentaria de Costa Rica y la contactó.
La Asociación está en San José, pero a través de teléfono y reuniones virtuales pusieron a la familia en contacto con los profesionales adecuados.
Su primer contacto fue hace cuatro meses y el cambio ha sido grande y rápido.
“Mi hija se recuperó casi en cuatro meses. Muy rápido. Pero muy sufrido, porque no solo la afecta a ella, es un trastorno que afecta completamente a toda la familia, mi esposo, yo, nosotros. La recuperación de ellos es durísima”, señaló la mujer.
La joven ya pesa 50 kilos, llegó a su peso, pero es un tratamiento muy largo, que incluye terapia psicológica y medicación, para tratar también sus emociones e ideas.
“Es un camino largo, pero gracias a Dios nosotros vamos ‘volando’ con nuestra hija. Nos dicen que lo que ella ha logrado en cuatro meses otras personas lo han logrado en 10 meses”, señaló la madre.
La adolescente indica que ya se siente como si fuera otra persona: “Nosotros, quienes pasamos por TCA estamos como en un adicción. Es difícil, muy difícil, es duro, muy duro. Pero hay esperanza, yo ya me siento bien, mejor conmigo y más feliz. En la Asociación han sido ángeles”, concluyó.
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