Inicié mi carrera profesional como maestra de educación inicial. Una de las primeras actividades de aprendizaje que realizaba con mis estudiantes preescolares era el reconocimiento de las partes y órganos del cuerpo y sus funciones. Las partes externas: ojos, brazos, codos, rodillas, y otras, eran fáciles de identificar, localizar y señalar con el dedo índice. La cosa se complicaba con la piel. El dedo íncide no alcanzaba y había que utilizar ambas manos y un movimiento de todo el cuerpo para abarcarla. Era divertido.
Órganos internos como el corazón y los pulmones, al no ser visibles, requerían de más tiempo, recursos didácticos de apoyo y actividades lúdicas complementarias. A la postre, el objetivo de aprendizaje se logra: las personas adultas medianamente educadas conocemos de manera aceptable la localización de la mayoría de las partes y órganos de nuestro cuerpo; podemos señalar (con el dedo índice y con regular puntería) su posición, y reconocemos globalmente su funcionamiento. Más aún, sabemos identificar la disciplina que estudia cada parte: cardiología, otrorrinolaringología, ortopedia, dermatología, etc.
Mente y organismo. Pero' ¿y la mente? ¿dónde está localizada? ¿podemos señalar, con el dedo índice, su ubicación específica en nuestro cuerpo?; ¿sabríamos indicar de forma general cómo funciona y explicar cuál es su propósito? ¿Sabemos cuál es la disciplina que estudia la mente? Difícilmente. El biólogo chileno Francisco Varela, entre otros muchos autores, dice que la mente no está localizada en un lugar específico de nuestro cuerpo. Es decir, aunque es parte del cerebro, no está allí, como muchas personas creemos.
Según él, la mente es inseparable del organismo como un todo, incluyendo el ambiente. O sea, la mente incluye el cuerpo, el cerebro y el ambiente. Y desde esa perspectiva, dice, el conocimiento es ejecución, es llevar a cabo. Firtjof Capra agrega que la mente no es una “cosa”, como a veces nos la imaginamos, sino un proceso. Es el proceso de cognición, dice que se identifica con el proceso de la vida.
Las personas expertas en este temas tienen diferentes posiciones con respecto a la mente. Algunas están de acuerdo con lo que apuntan Varela y Capra. Otras no.
Pero en lo que seguramente todos coincidirán es en que la disciplina que estudia la mente no es una, sino muchas. Se reúnen todas ellas, en lo que se llaman las Ciencias Cognitivas y podemos mencionar, por ejemplo, la linguística, la psicología cognitiva, la psiquiatría, la neurociencia, la biología, la filosofía de la ciencia, la filosofía de la mente y la inteligencia artificial, entre otras. También estarán de acuerdo en que la mente es un proceso coginitivo, y en que es ese proceso de la mente (no la mente/cosa), el que nos permite comprender y conocer el mundo.
Consecuencias en educación. Las implicaciones de esta concepción sobre la mente para quienes nos dedicamos a la educación, es decir a ayudar a otros a conocer, son enormes (por no decir aterradoras). En primer lugar, desafía la separación que siempre hemos entendido entre teoría y práctica: resulta que nos son dos “cosas” divididas, sino parte de un continuo. Por otro lado, evidencia que las ciencias cognitivas, ahora separadas de la educación y la pedagogía, en realidad deben ser parte consustancial de un todo integrado. Y nos pone a reflexionar, desde la posición del diseño curricular, en la necesidad de replantear radicalmente la organización de planes y programas.
Es urgente superar la fragmentación en materias y disciplinas (que los ejes transversales no logran amarrar) y apostar por un currículo integrado desde su concepción. Es importante reconocer, eso sí, que tenemos opciones. Una es, ignorar los aportes que permanentemente están dando las ciencias cognitivas y permanecer en nuestra zona de confort haciendo más de lo mismo; otra es asumir el reto; aceptar que estamos frente a lo desconocido y la incertidumbre, y que debemos dar el siguiente paso. ¿Nos atreveremos a lanzarnos al vacío?