La Ciranda das sete notas compuesta en 1933 por Heitor Villa-Lobos no contiene ritmos intensos como se ha afirmado, tampoco hay en ella tambores ni batucadas; es, por el contrario, una pieza escencialmente melódica, inmersa en el originalísimo ideal sonoro del compositor, quien en esa época buscaba recrear el gusto musical de su país dentro de cánones y estructuras del barroco tardío, presentes en la música de Bach.
Es, por lo tanto, en buena medida, otra bachiana brasileña, aunque no figure como tal. La conexión entre los dos universos sonoros (europeo y afrobrasileño) la logra a partir de imitaciones, movimientos contrarios de escalas y arpegios, así como secuencias melódicas impregnadas de esa sutil nostalgia llamada saudade en Brasil.
Estos pequeños motivos ascendientes o descendientes se suceden como un juego de escaleras, sin embargo en la partitura de Villa-Lobos, a diferencia del barroco, se repiten muchas más veces dando lugar a un extenso vuelo melódico que llega con frecuencia hasta los registros más agudos y brinda una gran oportunidad de lucimiento al solista. Todo lo cual aprovechó con creces el fagotista Carlos Ocampo en una interpretación virtuosa y al mismo tiempo sensualmente expresiva que evidencia su gran talento, en este caso perfectamente maduro y consumado.
Brillante también escuché su versión de los Episodios para fagot y orquesta del costarricense Vinicio Meza, obra muy bien lograda, que, aunque no fuera escrita con ese propósito, enlaza magníficamente con la anterior por la atmósfera afrolatina de la primera parte. Meza, como Villa-Lobos, permítaseme la comparación, logra una inteligente hibridación por medio del uso experto de las variadas posibilidades timbrísticas y texturas de la orquesta sinfónica, así como de recursos rítmicos y modales que comparten la música del este de Europa y el jazz.
No tan acabado me pareció el Preludio FantásTico del joven Sergio Delgado, quien, aunque muestra indudable talento, no consigue todavía dominar el aparato orquestal. Por otro lado, comprendo su interés en reproducir la sonoridad de la música de principios del siglo XX y especialmente la de las cimarronas y filarmonías de la época pero no creo que el anacronismo de la estridencia o la simple cita de algunos motivos sean suficiente para darse por satisfecho para estrenar su composición en la temporada oficial de la Orquesta Sinfónica Nacional.
Sexta Sinfonía. La labor del director de orquesta en nuestra época no consiste en modo alguno en marcar el pulso ni en enseñar a los integrantes de una orquesta profesional ritmos y notas; ellos ya saben todo eso. Es, al contrario, una labor fundamentalmente creativa de concepción del fraseo y que exige una propuesta original de tempos, texturas, colores y matices. Si no lo hace, se ofrece al público nada más que una copia estandarizada de muchas otras versiones de la obra y eso fue justamente lo que pasó este fin de semana con la Sexta Sinfonía de Beethoven en el segundo concierto de temporada de la Sinfónica.
Con una técnica avanzada y gestualidad elegante, Alejandro Gutiérrez tiene todo a su favor para lanzarse a encontrar ideas propias y posibilidades expresivas en las grandes obras de la literatura orquestal, y no conformarse con hacer a los músicos repetir lo que ya saben.
Alguien podría decir que la música de Beethoven es, de por sí, tan rica en formas y colores y de tanta belleza melódica que podríamos conformarnos simplemente con tener la oportunidad de escucharla. El problema es que la Sexta Sinfonía, como las demás del genio de Bonn, no existe realmente hasta que alguien la recrea a su modo. Hay por lo tanto muchas sextas sinfonías y ninguna es la auténtica. Por eso vamos a una sala de conciertos: a oír una nueva sexta sinfonía cada vez.
El primer movimiento por ejemplo está construido solamente a partir de pequeños fregmentos del tema inicial que se repiten y combinan ingenuamente durante 10 minutos. Es indispensable, por lo tanto para darle vida una batuta emotiva y gran creatividad.
En la segunda parte, Escena en el riachuelo, cerré los ojos y logré ver a Beethoven caminando por un bucólico sendero en los alrededores de Viena como sugieren las notas al programa, pero francamente noté al pobre bastante aburrido.
Por fortuna las melodías de carácter folclórico, los truenos y relámpagos de la tempestad así como el contagioso optimismo del final, salvaron la audición de los tres últimos movimientos de la obra.
Orquesta Sinfónica Nacional
II Concierto de Temporada 2016
Teatro Nacional
Domingo 3 de abril, 10:30 am
Alejandro Gutiérrez, director
Carlos Ocampo, fagot, solista
Obras de Heitor Villa-Lobos, Vinicio Meza, Sergio Delgado y L. V. Beethoven