En Mundus est fabula (“el mundo es ficción”, podríamos traducir, o “el mundo es un rumor”), Ricardo Ulloa Garay nos ofrece una recopilación de sus poemas en prosa, los cuales, pese a ser abundantes en temas diversos y escritos a lo largo de diferentes épocas, presentan un estilo sostenido, de factura sobria y delicada, en completo desapego de las modas, y, por lo tanto, inusual y personalísimo.
El reflejo del mundo que de su lectura se desprende no está exento de velada ironía y de pacífica resignación ante el misterio inasible de la existencia. Alérgico a la obviedad, Ulloa Garay nos introduce en sus personales obsesiones con un lenguaje en el que la sutileza, la evocación, la misma parquedad que exhibe como artista plástico, producen textos sugerentes a la vez que exigentes con el lector.
No prestar atención a una simple palabra podría hacernos perder la clave del poema. En realidad, nunca estaremos totalmente seguros de haberla descifrado. De lo que sí tenemos certeza es de que los poemas que conforman este libro siempre darán pie para múltiples reflexiones de índole filosófica o psicológica, procurándonos al mismo tiempo una apacible experiencia estética, gracias a una escritura pulida y mesurada, impregnada de una sabia y a veces risueña melancolía.
He de deducir que el trabajo de Ricardo como psicólogo, y su particular interés por la psicología cognitiva –es decir, aquella que estudia los procesos mentales implicados en la adquisición del conocimiento (percepción, memoria, aprendizaje, por citar algunos)–, ha influido notablemente en su obra.
Buena parte de la inquietud latente en sus poemas proviene de la incapacidad para determinar si aquello que la percepción nos muestra del mundo lo refleja realmente, o si es tan solo espejismo. Muestra de ello es el texto Escena de provincia . En la joyería, nos dice, los relojes marcan todos distintas horas, en tanto que los transeúntes se cuestionan angustiados cuál es la hora verdadera, “con la esperanza de que alguna autoridad venga y la revele. Como es costumbre, el reloj de la iglesia está parado. Espera que se aclaren los nublados del día”.
Vemos cómo –mortales silvestres que somos– necesitamos de ese Godot imposible que nos brinde la respuesta, la certeza, el sentido de nuestra existencia. Curiosamente, la iglesia –es decir, la religión– es incapaz de dar respuesta alguna, mientras espera que las condiciones se afiancen para optar por lo que más resulte de su conveniencia. Esta sesgada interpretación no es más que mía, pero doy fe de que su combustible se puede obtener del poema.
Esa dicotomía entre realidad real y realidad irreal la hallamos también en el texto llamado “Miopía”, en el que, tras describir el mundo rutinario y burdo que percibe el yo lírico a través de sus lentes, este afirma: “Si me quito los anteojos, estoy en el mundo real. Sus masas juegan con colores y los ruidos que oigo son rugidos de leones y cantos de pájaros”. Es decir, al despojarse de sus anteojos y distorsionar los contornos ingratos de la cotidianeidad, ingresa en una realidad lúdica, superior, hermosa: la elegida y, por lo tanto, la verdadera.
Otro tema peculiar y recurrente que nos plantea Ricardo es el del desdoblamiento, la tensión que genera la conciencia de saber que otro me habita. En Tesis , quien habla ignora quién dicta su pensamiento y si contener a ese “otro yo” es “un crimen o un milagro: “Estas palabras no las pienso, soy sólo su corrector de estilo.”
En el poema Mario o no , nuestro protagonista descubre a los 40 años que es sonámbulo. Lo grave del asunto es que ni él ni quienes lo rodean distinguen cuándo está en estado de vigilia y cuándo está dormido, cuál es el Mario real y cuál el otro, con lo que retornamos a la mencionada ansiedad que genera el ignorar si el mundo por el que se deambula es real o desconocido.
Libro de difícil pureza, de elegancia serena, nunca arrogante, posee una belleza que, más que basarse en artilugios sintácticos o devaneos virtuosistas proviene de un estado de ánimo contemplativo, reflexivo, compasivo, discretamente travieso, que nos conduce de vuelta a las preguntas esenciales de la existencia, abstrayéndonos del rapto de lo cotidiano para recuperar nuestra remota y olvidada perplejidad inicial.
Mundus est fabula es un libro que nos devuelve el viejo arte de formularnos preguntas, a la vez que nos ofrenda el difícil arte de plantearlas con sobriedad, exquisita fineza y apabullante profundidad. Desearíamos vivir entre sus páginas.