María Bonilla jmaribopi@gmail.com
Cuando Eugène Ionesco dio vida a Berenguer en Asesino , obra estrenada el 23 de junio de 1959, hablaba en voz alta consigo mismo. Se veía con la mirada descarnada con la que observaba el mundo, e iba a continuar así a través de las obras cuyo protagonista sería Berenguer: Rinocerontes, El peatón del aire y El rey se muere, en la que, finalmente, lo deja morir.
Ionesco sufrió de pesadillas hasta el momento de su muerte, en 1994, pero no solamente mientras dormía. Cuando despertaba, sentía que seguía en medio del sueño, de la pesadilla. Para disiparla, se levantaba, se vestía y lograba alejarla, nada más que para caer en una nueva: la pesadilla de lo cotidiano.
Visión inquietante. Ionesco vivía angustiado, creía que la vida era absolutamente intolerable, y toda su angustia encuentra, en Berenguer, el cuerpo, el corazón y la mente en los cuales hacerse carne, porque Ionesco solamente escribiendo exorcizaba su angustia, y, hacia el final de su vida, pintando en silencio.
Aquel hombre nacido en Rumanía en noviembre de 1909, que escribió que pensar contra la corriente es heroico, pero que decirlo es locura; que las ideologías nos separan mientras los sueños y la angustia nos unen, y que la libertad de la fantasía no es ninguna huida a la irrealidad, sino que es creación y osadía, transforma la dramaturgia del siglo XX de manera poderosa y radical con una dramaturgia que reta a todos los elementos estructurales del teatro: al director, al actor, a los diseñadores y, por supuesto, al público.
Su dramaturgia nos propone una inquietante visión del mundo, una mirada aguda con la que deconstruye todo lo que sabemos tradicionalmente por nuestros sentidos, pensamientos, conocimientos y creencias.
Búsqueda imposible. En Asesino, Ionesco, en boca de Berenguer – un hombre común y corriente, representante del género humano– afronta un tema esencial: si todos moriremos, ¿es inútil la existencia?; y, si no lo es, ¿cuál es el sentido de todo lo que pasamos en este valle de lágrimas?
Berenguer llega, casi por casualidad –aunque las casualidades no existen–, a una ciudad radiante, donde todo es hermoso y muy parecido a la felicidad, pero en la que vive un asesino, quien mata indiscriminadamente y sin aviso.
Luchando con la policía, la indiferencia del resto de sus congéneres ante el asesino, el dolor y la frustración de los borrachos, la vanidad de los intelectuales, la crueldad de la vejez, el egoísmo de los comerciantes, la abulia de los funcionarios municipales y la manipulación de los políticos, Berenguer se compromete hasta sus últimas consecuencias en la búsqueda de este asesino, al que quiere denunciar ante las autoridades para que lo arresten, o para convencerlo por todos los medios a su alcance a fin de que deje de matar, y, así, los seres humanos podamos respirar tranquilos. Es la búsqueda imposible de la seguridad.
Ante la muerte. El humor negro de Ionesco, que lo llevó a decir: “Describe un círculo, después acarícialo y se convertirá en un círculo vicioso”, sus frases disparatadas, sus ingeniosos juegos de palabras, su convicción de que los seres humanos no somos capaces de comunicarnos realmente, las incongruencias del sistema burgués, al que desnuda y critica ácidamente, encuentran un lugar protegido y libre en la voz de Berenguer, un hombre acosado.
¿Es esta una obra policiaca, un drama contemporáneo, teatro del absurdo? Sin duda, es un texto imperdible.
Berenguer es Ionesco y cada uno de nosotros, inseguros y profundamente conmovedores, que al final de la obra nos hace la pregunta cuya respuesta Ionesco nunca encontró: ante la muerte, ¿qué podemos hacer?
Eugène Ionesco escribió: escribió continuamente porque era su arma contra la muerte, contra el sinsentido de la vida y porque, según él, las respuestas nunca aclaran nada, sólo las preguntas lo hacen.