A las 6:30 a .m., Whatsapp da su primera señal de vida con el timbre de siempre, el que alerta y comprueba que hay vida más allá del doble chec k. Esa mañana el pito telefónico sonó con más ansias que de costumbre: “Qué dicha que ya es viernes. Bendiciones”, decía el primerísimo primer mensaje del día.
El texto lo envió alguno de los 26 señores que pertenece al selecto grupo de cabellera blanca en el que también hay uno que otro integrante de los –siempre bien peinados– “sin copete”. Aclaramos, eso sí, que no todos ellos tienen Whatsapp.
Transcurrirán pocos minutos antes de que, por el mismo medio, otros hagan réplica, con más textos y emoticones , de esa ilusión que representa para ellos el arribo de cada viernes.
Pasarán escasas horas hasta que la representación de ciudadanos de oro se haga presente con los tacos puestos sobre algún terreno de juego; el que indique el calendario. Ese que, con rigurosidad, les da indicaciones de cuál césped toca pisar cada semana.
Para cada jornada de viernes alistan los botines especiales y las dos opciones de uniformes: el azul y el blanco. Pueden también empacar la gorra y una camiseta estilo polo con un color que será la señal del año al que pertenece. Todas ellas, a la altura del pecho y del lado del corazón dicen: “Siempre Amigos”.
Así se llama esta escuadra de la tercera edad que, más que un equipo, es una asociación (registrada), donde priman varios elementos indispensables: el orden, la diversión, la amistad y –por supuesto– el fútbol.
El menor de los integrantes es un “joven” de 65 años, mientras que el más experimentado en la planilla sobrepasa, con orgullo y unos meses más, las ocho décadas de vida.
Más de medio siglo después de de haber pisado las canchas de medidas reglamentarias, este grupo de ex jugadores del fútbol profesional sigue buscando la titularidad semana tras semana. Ahora se refuerzan, eso sí, con algunos cuantos amigos de antaño de la CCSS o, si no, provenientes del vecindario que une a la mayoría de miembros: Barrio México.
No basta con ser veterano para ingresar a esta división. El reglamento del grupo es tan estricto, que es indispensable ser pensionado. Siempre Amigos implica tanta pasión como dedicación, por lo que es necesaria la disponibilidad para los viernes, pues las ausencias injustificadas seguidas no son bien vistas.
Leonidas Martínez –en julio cumple 71– es el tesorero de la asociación, y dice que el grupo es solvente económicamente porque todos son “excelente paga”. Con la mensualidad y los ahorros individuales dedicados al grupo alcanza para hacer celebraciones del Día de la Madre, del Día del Padre y hasta una fiesta y un paseo de fin de año, con esposas incluidas.
“Somos un grupo muy unido y nuestra filosofía es de solidaridad y apoyo. Nos reunimos para hacer ejercicio, gozar y reír. La idea del grupo es que sea cerrado, no tener que meter a más personas”, comenta Rubermann Aldana, creador y presidente del grupo desde que se inauguró Siempre Amigos, en el 2005.
“Aldana es el que sostiene al grupo”, dicen varios sus compañeros.
El reencuentro
Es viernes. Son las 10:00 a.m. La cita es en el Castillo Country Club, en San Rafael de Heredia, pero podría ser en cualquier otro club en el que puedan reservar una cancha: La Garita, Coronado, Turrúcares, Guachipelín, El Coyol, o en el Centro Turístico Cetrenss, donde empezó todo en el 2005.
El escenario es una gozadera, de eso no hay duda, y las carcajadas lo comprueban. Son parte de cada saludo entre uno y otro señor , pues se conocen desde que el fútbol se jugaba con balones de cuero.
Se dan la mano, pasan al abrazo y, de camino, viene un chiste, a veces atinente a la edad que los cobija a todos: “(...) Que si te acordaste de traer la chapa”, le dice al oído y a un alto volumen Alejandro Zamora a Marcial Vargas.
El primero tiene fama de ser el más jocoso del grupo, y el segundo es el mayor de todos; un delantero nacido en 1934 que en setiembre próximo cumplirá 81.
Tal vez ya no sea tan veloz como cuando se estrenó como jugador en el Radar F.C., y practicaba en la Plaza de la Artillería (donde actualmente está el Banco Central), pero Vargas no le teme a la bola y no escatima en velocidad cuando debe escapárseles a los defensas en el área contraria.
Tampoco olvida lo aprendido en táctica cuando jugó desde 1952, con Saprissa y la Gimnástica Española o en su participación para ascender al Deportivo Nicolás Marín (más tarde Barrio México), en 1964.
“La pasión por el deporte la trae uno de muy chiquillo”, dice. Así explica, en pocas palabras, porqué no hay forma de que se canse de mejenguear.
Mientras él conversa, llegan –entre otros– “Diente” y “Piolo” (el grupo es bueno para los apodos). Se reparten más abrazos, se cuentan más chistes, y así, en pocos minutos la escuadra está más que completa.
El más esperado, quizá, es el que por rol deberá hacer el almuerzo de este día. La responsabilidad rota semanalmente pero aquel viernes las ollas desprenderán el aroma del arroz arreglado, picadillo de papa con chorizo y ensalada preparados en casa.
El chef, sobra decir, también tiene derecho a jugar pero el de aquel día, Álvaro Fernández, preferirá quedarse solo en el rancho con su delantal bien puesto, alistando platos, calentando el café.
El partido
El olor de la cofaleada es potente, la bola todavía no rueda y los jugadores ya están alegando. “La cancha está muy pequeña”. “Ese equipo está muy montado”. “Qué lloradera; mejor me hubiera ido al sauna”, reclamarán a lo largo del partido. ¿Y el árbitro?
A Jorge Zúñiga, hoy mejor conocido como “Coco”, le dicen así casi desde que nació, hace 67 años, pero ahora su cabellera ausente le da fuerzas al apodo.
La primera vez que asistió a Siempre Amigos, “Tierra” Acuña le cedió el pito. Desde entonces casi siempre es el réferi, por lo que se acostumbró a los madrazos. “No se le queda bien a nadie, pero aquí uno viene a divertirse, jamás me verá usted bravo”, dice.
Nunca jugó en un equipo profesional, pero sí mejengueaba todas las tardes en el barrio Iglesias Flores; otras veces, se movía hasta Barrio México a tocar bola con los mismos individuos con los que todavía sigue jugando.
Le tomó un tiempo volver a las canchas desde que lo operaron por tres arterias obstruidas, hace seis años, y por eso prefiere arbitrar. Otras veces, sin embargo, se vuelve partícipe de los pases filtrados, las jupitas, las faltas, los taquitos, las fintas, las paredes. No es el único con registro hospitalario.
Wady Salgado, otro operado del corazón, le ha dicho que la lleve suave, pero que no tenga miedo. Wady, de 74, jugó profesionalmente por 10 años. Pasó por Saprissa, San Ramón, Uruguay de Coronado y terminó con Rohrmorser.
Era y es puntero, desde que se jugaba con un centro-delantero, un “9 fijo”. Todavía respeta esquemas tácticos y se mantiene fiel a su posición natural. “Un viernes que no juego, me enfermo”, confiesa.
Hay más estrellas: el más joven, Luis Navarro, de 65 años, es pensionado pero además del fútbol compite en maratones y triatlones a pesar de que tuvo dos hernias de disco. Roberto Corrales, de 77, no solo juega los viernes, sino también los lunes y miércoles con otro grupo de fut5.
A Bolívar Sáenz lo van a operar de una rodilla. Alfredo Arce jugó en dos selecciones juveniles. Hugo Hernández, quien recuerda que cuando jugaba profesionalmente entrenaba en los almuerzos, cuando se escapaba del trabajo. No había de otra en sus tiempos.
Horacio Cedeño, de 71 y medio, es sobreviviente de un accidente de tránsito del que le dijeron que no iba a poder salir caminando. Ya no juega, pero hoy camina. En total, los señores suman 26 (miembros, no años).
Pasarán siete días para que se repita su infaltable rutina de cada viernes. Habrá más mensajes de Whatsapp, más abrazos, más risas, más almuerzos y más fútbol. Eso sí, no está de más aclarar que, para curarse en salud, Siempre Amigos no aceptan retos.