Verlas volar y sentir que pueden tocar el cielo regala a la humanidad mil sensaciones de bienestar; cuando las lapas rojas extienden sus alas deslumbra ver la combinación de sus colores y no queda más que admirar su perfección alada. Tanta belleza, sin embargo, las hace padecer ante quienes buscan arrebatarlas de su hábitat.
Es lamentable, pero durante décadas, muchos intentan comprar lapas rojas para tenerlas en cautiverio.
En pleno 2023, Wilberth Vargas Moscoso recibe llamadas de personas que le ofrecen pagarle ¢200.000 por comprarle uno de estos ejemplares. Él responde que ni así le paguen ¢500.000 volvería a sacar a un pichón de su nido para comercializarlo ilegalmente. Hace 25 años lo hacía porque fue la única manera que, según dice, encontró para llevar sustento a su familia.
“Esa plata es salada. Vender animalitos es casi tan malo como vender droga. Me retiré y no quiero saber nada de eso. Verlas libres me hace sentir contento. Se ven a dos metros de altura (desde el suelo)”, afirmó.
La vida da segundas oportunidades y este vecino de Tárcoles, en Puntarenas, lo sabe. Hoy se siente feliz de ver las lapas rojas en libertad, pero sobre todo de saber que su experiencia y compromiso han aportado a que haya más parejas de lapas en la zona del Pacífico Central de Costa Rica.
En otras palabras, si pasea por Punta Leona, Tárcoles, Esparza, Orotina, San Mateo, Jacó, Bijagual, Acosta, Puriscal, el Parque Nacional La Cangreja y Parrita es muy probable que se tope con alguna pareja de estas aves, muchas de las cuales vuelan allí gracias a don Wilberth.
Exlapero
Por varios años, Wilberth se dedicó a ser un lapero, una persona que trepaba a los árboles más altos para arrebatar de sus nidos a pichones de lapas y posteriormente venderlos ilegalmente. Dice que hace más de dos décadas sabía que lo que hacía estaba mal, pero que él no tenía conocimiento de que existieran leyes al respecto.
“En ese tiempo no había tanta protección de animales, no se escuchaba tanto del Minae (Ministerio de Ambiente y Energía de Costa Rica). Yo de todos modos me la jugaba porque era la única forma que tenía de llevar comida a mi casa. Uno sabía que era malo”, recuerda.
Este hombre recuerda que, además de las lapas -que eran las más codiciadas-, también “agarraba” loras y pericos. Su mamá, ya fallecida, le ayudaba a vender a las dos últimas especies mencionadas.
Wilberth no busca justificarse, reconoce que la venta ilegal de animales nunca estuvo bien, aunque resalta que en la zona de Tárcoles no había trabajo.
“Había que agarrar la lapa o el loro para venderlo y poder comer.
(...) Si se veía una paloma o un garrobo eran para comer. No por maldad, pero es la forma en la que fuimos criados. Hoy todo es diferente y respeto mucho la vida de estos animalitos”.
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El exlapero recuerda que por año vendía cuatro o cinco lapas porque antes no había tantas. Datos del programa de conservación de lapas rojas del Hotel Punta Leona informan que para el año 1994 se registraba la presencia de unas 100 parejas de lapas. Hoy, en la zona, se puede ver cuatro veces ese número gracias a las prácticas para proteger esta especie.
“Ahora, después de que hemos ido cuidándolas y haciendo nidos artificiales, hay más lapas”, comentó.
Durante su vida este padre de cuatro hijos trabajó en diferentes oficios: sembrando maíz y frijoles, derribando árboles, entre otros. Siempre le llamó la atención la pesca tradicional de la región en la que vive y cuenta que apenas se compró su equipo para pescar se dedicó solamente a eso y dejó “de agarrar lapas”.
“Ya no tenía necesidad. Ya podía mantener a la familia. No ocupaba vender un animal para sobrevivir. Pesqué por dos años. Me aburrí de la pesca porque se puso mala. Un día llegué a mi casa y le dije a mi esposa que ya no pescaba más, que me iba a montar un taller para arreglar lanchas y también hacerlas”, recordó. Su hijo William Enrique, de 37 años, trabaja con él.
Un giro para hacer el bien
Hace unos 10 años, mientras don Wilberth estaba podando unos árboles, se le presentó la oportunidad de “revertir” las acciones del pasado.
El biólogo Christopher Vaughan de la Universidad de Wisconsin-Madison, quien años atrás empezó a trabajar con el hotel Punta Leona para la protección del hábitat de las lapas y pichones en sus nidos, le hizo una propuesta a Wilberth Vargas.
“Un día yo estaba en Punta Leona y me encontré a Chris, el gringo. Me dijo que trabajara con él viendo los nidos de lapas porque yo sé cómo treparme a los árboles. Entonces empecé a ayudar a revisarlas, las bajaba para pesarlas y sacarles fotos y luego las volvía a subir”, dice Vargas.
Tras ver cómo iba mejorando la conservación de los animales, el exlapero empezó a hacer nidos artificiales de fibra de vidrio, con la finalidad de que fueran ideales para que las aves anidaran ahí, tal y cómo lo sugirió el biólogo.
“Hasta ahora hemos puesto unos 16 y en todos han anidado; luego nacen los pichones. Yo me siento feliz porque de alguna manera el daño que hice ya lo he revertido con los nidos que he hecho. Gracias a todo eso se han reproducido un montón”, destacó.
Don Wilberth recalca que mientras se tenga la voluntad de hacerlo es posible cambiar. “Yo cambié para hacerles un bien a las bichitas. De verdad que unos años atrás les hice daño. Ahora estoy contento porque les ayudo a ellas”.
Cerca del taller donde confecciona los nidos, hay varios árboles de almendro y ahí se posan parejas de lapas. En un lugar cercano, él y sus vecinos instalaron un nido y desde hace tres años las aves ponen sus huevos ahí.
“Nosotros nos alegramos de que hayan bastantes lapas. Ahora hay gente que ofrece comprar nidos para Guanacaste y San Carlos, muchas personas quieren que ellas tengan lugares para que aniden y que así se conserve la especie. Ahora puedo decir que vivo de ellas de una manera buena”.
Cada nido se vende en $150 y si se instala en lo más alto de los árboles el precio asciende a los $200.
“Ahora mi experiencia se usa para bien. Mi mensaje es que hay que proteger las lapas. Con una oportunidad, con la ayuda de Dios y con ganas de trabajar honestamente todos podemos hacer un cambio. Mientras haya trabajo honrado se vive y se come bien”, afirma.
“Quisiera decir que no agarremos a las lapas ni a ningún animal silvestre, dejémoslos tranquilos. Ahora no hay necesidad de hacer esto. Ahora hay mucho trabajo en la zona”.
— Wilberth Vargas, exlapero
Conocimiento
El biólogo Christopher Vaughan empezó a estudiar la lapa roja en el Pacífico Central, pues le interesó cómo ese animal en vías de extinción coexistía con el hombre.
“No pensaba que iba encontrar la población descendiendo rápidamente”, dijo el doctor.
Vaughan comentó cómo fue que hace una década, después de llevar muchos años trabajando en la conservación de las lapas rojas, se le ocurrió recurrir a don Wilberth, un conocido exlapero de la zona.
“Wilbert era inteligente, un lapero famoso y sabía muchísimo sobre lapas rojas, nidos, reproducción... También tenía un taller en Tárcoles donde arreglaba botes con fibra de vidrio con su hijo y trepaban árboles en Punta Leona para podar y cortar ramas”, dijo el encargado del proyecto de conservación.
Vaughan continuó: “Yo construía nidos artificiales de madera, tubos de PVC y tambores plásticos, pero quería otros modelos. Hablamos un día y quedamos en que yo le pagaba para fabricar un nido artificial de fibra de vidrio en su taller para montar en Punta Leona. Así empezó”,
Pasó el tiempo, y el biólogo cuenta que don Wilberth lo ha acompañado, incluso, a dar charlas sobre conservación a centros educativos.
Conservación de las lapas
El Programa de Conservación de Lapas Rojas, en el que participa don Wilberth fabricando e instalando nidos artificiales, ha logrado cuadriplicar la población de estas coloridas aves (en los 90 se calcula que habían unas 100 parejas de estos animales), aunque el doctor Vaughan no se atreve a dar un número exacto.
Entre las acciones implementadas en este programa de conservación, que forma parte de un proyecto de turismo regenerativo de ese hotel, se destacan: educación ambiental sobre la lapa roja en escuelas rurales y pueblos, la siembra de árboles utilizados por la lapa roja y la construcción y colocación de nidos artificiales.
Además de las acciones, que fueron mencionadas anteriormente para proteger a estas aves, Vaughan monitorea con cámaras los nidos artificiales. Las personas que gusten pueden verlos ingresando a lapasrojaspuntaleona.com
Gracias a la iniciativa de conservación, el compromiso de la comunidad, el aporte de donantes y el trabajo de don Wilberth, quien decidió usar su experiencia con las lapas de manera positiva, hoy es muy común ver lapas volando libres por el Pacífico Central.
Cada aparición de las aves, sin duda, es un reconfortante espectáculo.