Si en lugar de Gustavo Matosas estuviera el Pep Guardiola, Bryan Ruiz tendría 33 años, varado en el Santos de Brasil y con varios meses sin regularidad. La Sele buscaría hasta debajo de las piedras los relevos del 10. Álvaro Saborío evidenciaría la escasez de goleadores capaces de superar a un matador de 38 años. Cristian Gamboa mostraría que el banquillo tarde o temprano pasa factura, por más que haya logrado disimularlo una vez y a la siguiente también.
Si en lugar de Gustavo Matosas estuviera Jürguen Klopp, el Mundial de Brasil 2014 quedaría un día más lejos con cada nuevo amanecer.
Si en lugar de Gustavo Matosas estuviera José Mourinho, Allan Cruz sería la única revelación posmundial con el sello de “comprobado", en medio del temido, inevitable, forzado y forzoso cambio generacional. Elías Aguilar viviría bajo eterno juicio como promesa de oportunidades malgastadas —según el criterio general— pese a que todos sus minutos en cancha apenas equivalen a cinco partidos completos en cuatro años con la Sele. Randall Leal y Jimmy Marín seguirían en la lista de “esperanzas".
* Aplican restricciones en el caso de Marín: su controversial salida de la Sele podría tener tantos desenlaces como estilos de liderazgo existen entre los directores técnicos (pero eso es enano de otro cuento).
Sigamos. Si en lugar de Matosas estuviera el Tata Martino enfrentaría por igual dilemas generacionales y plazas vacantes, a medio camino entre la ida de los héroes y la consolidación de las promesas: los del 2104 aún no se van y los del 2022 aún no llegan.
Gustavo Matosas no me alcanza para entender el momento de la Sele, por más que nuestro columnista Amado Hidalgo enumere muy bien argumentadas las 1.001 contradicciones del timonel (algunas, más diría muchas, las comparto). Aunque capto el temor de Jacques Sagot cuando dice preferir un energúmeno eficaz que un galán de telenovela ineficiente, el análisis no puede ser tan precipitado ni quedarse en los galanteos, los lentes de moda o el traje del técnico. Dicho sea de paso: no hay fin que justifique, y mucho menos el fútbol, el beneplácito a un energúmeno.
Es cierto: se habla de renovación y la Sele, lejos de rejuvenecer, suma más cumpleaños que en la anterior Copa Oro (el promedio rondaba los 27 años con el Macho Ramírez y hoy anda por los 28).
Es cierto: Matosas habló de convocar según el rendimiento en los clubes, excepto por el relegado Keylor Navas (el guardameta es caso aparte —claro está—, por puesto y calidad), pero las circunstancias han llevado a estirar la palabra “excepto”. Excepto Bryan Ruiz, por su aporte fuera del campo y la calidad incluso como relevo —estoy de acuerdo—. Excepto Cristian Gamboa, por todo lo que han dicho de él. Excepto el próximo excepto.
Es cierto: aún no vemos el fútbol vertiginoso por los extremos, de uno contra uno, desequilibrante, atrevido del que nos habló Matosas en su arribo. Mucho menos, el fútbol ofensivo que sustituiría al de Óscar Ramírez, injustamente juzgado. Corresponde decir, sin embargo, que no fue Matosas sino la dirigencia, en un acto de genuino populismo, quien pronunció: “la voz del pueblo es la voz de Dios”, alundiendo al clamor general de un fútbol menos cauto.
Es cierto: el cambio generacional no debe convertirse en excusa eterna para Gustavo Matosas (él sabía a lo que venía y hasta encantó a los dirigentes con su lista de jóvenes promesas ticas), pero podríamos cambiar de técnico una y otra vez sin lograr que Bryan Ruiz, Álvaro Saborío o Christian Bolaños se devuelvan en el tiempo. Ningún timonel logrará tampoco que Randall Leal y Myron George maduren de golpe. Así entendido y aunque resulta inevitable juzgar la labor del técnico (lo haremos, por supuesto), la Copa Oro debe verse como examen y no como el juicio final.
P.d.: No defiendo a Matosas (lo harán los resultados, si los consigue); defiendo la obligación de ver más allá de Matosas.