Por más que busqué y rebusqué en mi memoria futbolística el día, mes y año en que el Club Sport Herediano le anotó seis goles al Deportivo Saprissa en un partido, no encontré ninguno de esos datos.
Recurrí entonces a las neuronas digitales de Google, las cuales me ayudaron a precisar que esa masacre deportiva tuvo lugar en 1993.
Lo que sí recuerdo es que ese juego tuvo lugar un domingo en el estadio Eladio Rosabal Cordero, el marcador final fue 6-3, el director técnico morado era don Carlos Watson y el portero, Erick Lonis.
¿Cómo no tener presentes al menos esos cinco elementos si fui uno de los aficionados saprissistas que sufrió, junto con mi hermano Alejandro, tan dura experiencia en una de las graderías rojiamarillas? No me pidan más detalles porque olvidé quiénes anotaron por parte del Team y quiénes por parte del Monstruo; la memoria es selectiva cuando le conviene...
Sentimos cada uno de los goles heredianos como un dardo caliente. Nos costaba creer que fuera real lo que sucedía en la cancha: el equipo de nuestros amores bailado, desarmado, destrozado, humillado. Eso sí, como buen aficionado morado permanecimos en el estadio hasta el pitazo final; bebimos hasta la última gota de ese trago amargo.
Abandonamos el Rosabal Cordero cabizbajos, silenciosos, con el orgullo golpeado. Yo imaginaba lo mucho que algunos compañeros de trabajo se divertirían a costa mía al día siguiente. Así fue y no me quedó más que armarme de paciencia y resistir el baldazo de chistes y bromas; cuando uno se mofa de las derrotas futbolísticas ajenas, tiene que aguantar las venganzas sin perder la dulzura de carácter.
Evoqué esa paliza el domingo pasado, a raíz del racimo de goles con que la Liga Deportiva Alajuelense derrotó al Club Sport Herediano 6-1. Retrocedí 25 años en el tiempo y me vi de nuevo sentado en la gradería florense; no lo niego, alguna que otra broma hice por medio de Facebook, pero sentí más compasión que deseos de hacer leña del árbol caído.
Pensé, en especial, en los aficionados rojiamarillos que asistieron al Alejandro Morera Soto, pues una goleada en contra resultaaún más dolorosa cuando se vive en el estadio; uno en la casa simple y sencillamente apaga el televisor, berrea un rato y luego toma una siesta para tratar de digerir la mala experiencia.
¡Cuánto se sufre de vez en cuando con el fútbol! ¡Cuánto duele una goleada!