Cuando le preguntaron a Stanley Matthews, el legendario puntero derecho de la Selección de Inglaterra, si había algo que deplorara en su carrera, contestó: “Sí, creo que cometí el error de retirarme demasiado joven”. ¡Y había colgado los botines a los 50 años de edad, en la plenitud de sus poderes! Nació en 1915, y murió en 2000. Debutó con el Stoke City en 1930, y se retiró en ese mismo equipo en 1965, después de 35 años de cimentar su leyenda como un extremo derecho veloz, incisivo, gambeteador, y excelso colocador de centros.
Dadas las características de su juego (presteza y dribbling), estaba particularmente expuesto a las trapacerías de los defensas que, en el colmo de la frustración, eran incapaces de frenarlo. Y pese a las constantes agresiones de que era objeto, jugó 35 años y se retiró al llegar al medio siglo, sin mostrar el menor declive en su nivel atlético y técnico. Si no se habla más de él, es porque ni Inglaterra ni los clubes en que jugó conquistaron preseas mundialistas durante sus años activos, y porque en 1958 el planeta asistió a la eclosión de un fenómeno, un jugador de otra galaxia, un monstruo inexplicable llamado Garrincha, que se apropió para siempre de la posición de puntero derecho y jamás podrá ser defenestrado de su trono.
Pero como portento de longevidad deportiva, Matthews es un caso único en la historia. ¿Pretenderá nuestro amigo Ibrahimovic, artillero del Milan a los 38 años, pintoresco y adorable egomaniaco, superar la marca de Matthews? No me sorprendería. El “doctor” Sócrates decía que los futbolistas morían dos veces: el día de su muerte física, y el día de su retiro de las canchas. El fútbol es su surtidor de vida, su exorcismo contra el taedium vitae y la muerte. Mutatis mutandis, otro tanto representa el arte para los artistas. Matthews hizo del fútbol un venero de vida, la fuente de la eterna juventud. Para él esta reminiscencia, llena de afecto y gratitud.