Los valores han ayudado a superar las peores crisis que ha sufrido la humanidad. Muchos de ellos han sido patrimonio de Occidente y han dejado huella. Están simbolizados en tres ciudades que fueron sus pilares: Jerusalén, Atenas y Roma.
Son la base que configura el ADN de la civilización occidental, afirma el historiador e investigador Jaume Aurell, autor del libro Genealogía de Occidente. Sobre ellos se informa el cristianismo, cuyo gran aporte fue el reconocimiento y respeto a la dignidad de la persona humana. Un fundamento sobre el que descansa, en última instancia, toda civilización. Barbarie fue y será todo lo que atropelle y humille dicha egregia dignidad.
La cultura occidental nos ha entregado la pasión por el conocimiento, la investigación, la democracia y la educación plasmada en las primeras universidades. La modernidad consolidará otros valores: en política, el Estado; el capitalismo, como sistema económico; el humanismo, tras el Renacimiento.
La Ilustración formalizará la separación entre lo público y lo privado, lo espiritual y lo temporal. En el siglo XIX, pesarán y marcarán ideologías sobre la configuración de Occidente como la democracia liberal y otras ya superadas, como el comunismo y el fascismo.
Eventos han impactado al mundo entero y han marcado nuevas direcciones, comenta Aurell. El fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945, la caída del Muro de Berlín en 1989, la destrucción de las Torres Gemelas en el 2001 y la crisis del 2008.
Estas crisis hicieron más fuerte a Occidente gracias a un factor clave que fue la solidaridad. Influyentes movimientos hicieron posible la reconstrucción posterior a la guerra y la unificación alemana tras la caída del muro. Asimismo, hubo una mayor integración atlántica después de ese oscuro y dramático 11 de setiembre. Solidarias estructuras familiares ayudaron a amortiguar muchos golpes.
Expertos apuntan que las revoluciones culturales han influido más en la vida de las personas que los problemas políticos o económicos. El sistema de creencias, valores y tradiciones que impregnan personales convicciones y acciones inciden en la construcción de nuestro propio futuro.
Regresando a las crisis, el historiador sugiere revisar dos grandes instituciones que siguen dominando nuestras vidas: el Estado, en lo político, y el capitalismo, en lo económico.
Es preciso abrir un debate sincero para mejorarlos. Hemos arrastrado un vicio que es dejar todo en manos del Estado para que solucione todos nuestros problemas. Muy necesaria será una colaboración entre el sector privado y el público, porque están llamados a complementarse, no a contraponerse.
Unidad y liderazgo son otros caminos para encarar las crisis. El esfuerzo aislado es ineficaz. Cuando cada uno va por su lado y a lo suyo, se compromete la confianza de los ciudadanos. No se avanza cuando prima el interés y el beneficio individuales.
Se necesita un liderazgo político y económico que aúne esfuerzos para aferrarnos a lo que tenemos en común. El civismo es otra de las sendas. Una virtud que nos hace ser críticos con nosotros mismos y con las realidades que vivimos.
Afortunadamente, vivimos en un ámbito de libertad. En este país somos libres. Hemos decidido serlo y queremos seguir respirando esta libertad que conlleva responsabilidad. No es gratis. No nos movemos por miedo o sumisión, sino por convicción. Civismo para entregar y recibir coherencia entre el discurso y la palabra. Honrar la palabra es fundamental a medida que aumentan las dificultades.
Venimos de Occidente, y Costa Rica heredó muchos de estos valores. Se desarrolló gracias a un ambiente de libertad, responsabilidad, trabajo y esfuerzo.
Fuimos un país que hacía las cosas por su cuenta. No importaba soluciones porque las producía. No compraba llaves para abrir las puertas. Prefería forjarlas. ¡Qué fácil es gastar el dinero de otros! Qué fácil es no administrar, ser ineficiente y endeudarse. Decir dónde firmo y cerrar los ojos y firmar la hipoteca del futuro de nuestros hijos.
Ha sido la contrarrevolución de lo fácil, de lo mediocre, lo que ha conducido a esta vergonzosa corrupción. Cortesana que sigue creciendo. No la merece este país, pues la corrupción no es de raíz costarricense.
De cara a las próximas elecciones, enfrentamos todos un momento de gran y grave responsabilidad. Acudamos a las urnas. Seamos protagonistas de nuestro futuro. Los que casi han perdido la confianza y la esperanza en la política recuerden las insignes palabras que dirigió Winston Churchill a sus tropas en 1940: “Iremos hasta el final, pelearemos en Francia, en el mar y en los océanos, lucharemos con una constancia y una fuerza creciente que se respirará en el aire. Defenderemos nuestra isla al costo que sea necesario; lucharemos en las playas, en los campos, en las calles y en las montañas. Nunca nos rendiremos”.
Recordemos, asimismo, la expresión griega y latina magistra vitae; nos vendría bien: el estudio del pasado debe servir como lección para el futuro. Repensemos y repasemos los valores de Occidente. Una nueva revolución cultural es posible. Está en nuestras manos.
La autora es administradora de negocios.