Cuando se habla de inseguridad y desempleo, debemos preguntarnos dónde estamos fallando. ¿Será en el hogar o en los centros educativos? La calidad académica es un asunto preocupante y algunos docentes poseen escaso conocimiento en materia científica. Esto conduce a que pocos estudiantes elijan carreras científicas y, de los que se gradúan, muchos optan por trabajar en el exterior.
Si como sociedad invertimos una inmensa cantidad de dinero en educación, también es nuestro derecho exigir que los fondos se utilicen apropiadamente. Si los profesores tienen conocimiento limitado sobre la asignatura que imparten, difícilmente motivarán a los alumnos para que se enamoren de la ciencia y quieran seguir una carrera en ese ámbito. A menudo, las malas notas o la apatía hacia las materias científicas son producto de un abordaje incorrecto en las aulas.
Nuestro modelo educativo debe reencontrarse con la ciencia para aprovechar nuestro potencial. Tenemos la infraestructura y los recursos para impartir clases de ciencias desde la primaria, pero nos hace falta fiscalización de la calidad docente y vocación profesional, particularmente, en secundaria.
Costa Rica tiene las características de una gran aula científica: cada organismo que habita nuestro país contiene miles de adaptaciones valiosísimas que le ayudan a ser exitoso en su hábitat y es posible estudiarlos desde miles de ángulos de forma práctica. Nuestra diversidad de ecosistemas, a poca distancia unos de otros, ofrecen infinitas oportunidades de aprendizaje.
El estudio de nuestras riquezas naturales tiene miles de aplicaciones que no estamos aprovechando: las ballenas y los delfines son la primera línea de defensa contra el cambio climático, por ejemplo. Al desplazarse entre distintas capas de los océanos, distribuyen nutrientes indispensables para el éxito del plancton, que produce la mayoría del oxígeno que respiramos, permite que se fijen cantidades colosales de carbono y el planeta se enfríe.
En los genes de los microorganismos de nuestros lechos oceánicos, ríos y suelos, hallamos miles de soluciones a problemas humanos. Entender mejor la forma como se integran estos microorganismos con los demás seres vivos respondería preguntas clave que nos ayudarían a construir modelos de vida más sanos, entender fenómenos como la longevidad de algunas poblaciones de nuestro país y cómo emplear el conocimiento en beneficio de la humanidad.
No hay un solo país que haya alcanzado el desarrollo ignorando sus más grandes riquezas, y las nuestras son difíciles de mensurar. Son tan vastas que, de contar con los científicos suficientes, seríamos una potencia científica y tecnológica, pero no somos capaces de interesar a la mayoría de los jóvenes en la ciencia.
Los problemas causados por el desempleo, la inseguridad, la desigualdad económica y la falta de oportunidades se solucionarían si promovemos la ciencia como motor del desarrollo, empezando en las aulas.
Al robustecer la enseñanza de las ciencias, habremos dado el primer paso hacia un futuro más próspero, donde los jóvenes aprovechen al máximo nuestros recursos naturales para construir un modelo de desarrollo sostenible, creen nuevas áreas de investigación, desarrollen nuevas industrias y ofrezcan soluciones creativas a los grandes desafíos.
La solución a muchos de nuestros problemas está en la ciencia, y es nuestro deber contribuir, en la medida que se requiera, a que los jóvenes reciban la calidad educativa que merecen.
El autor es biólogo.