Tras algunos días en Hamburgo, en ocasión de la reciente reunión del G20, se me hace difícil evitar la comparación con similares reuniones ocurridas en el pasado reciente. Estas aglomeraciones de jefes de Estado permiten visualizar tendencias de liderazgo, alianzas entre potencias y políticas públicas que en mayor o menor medida determinan la vida de miles de millones de personas. Empecemos el 15 de abril de 1994 en Marrakech, Marruecos.
Liderazgo estadounidense. Tras casi ocho años de negociaciones conocidas como la Ronda de Uruguay, 123 Estados siguieron el liderazgo de Estados Unidos y firmaron la reforma al GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) y constituyeron la Organización Mundial del Comercio. En su momento, el presidente Clinton declaró que se trataba del acuerdo comercial más grande de la historia y el más importante desde 1947, al reducir en un tercio los aranceles globales. Tras la caída de la Unión Soviética, y como única superpotencia, Estados Unidos consolidaba su proyecto ideológico ante el planeta entero. China, la India, Rusia y Europa jugaron un rol secundario durante ese proceso.
El liderazgo de Bill Clinton a escala internacional era incuestionable, a pesar de que su propuesta le iba a implicar una ardua batalla con el Congreso, a pocos meses de finalizar su primer mandato. Además, la oposición a ese proyecto económico generó reacciones agresivas desde sectores de la sociedad civil organizada, y alcanzó su apogeo en Seattle en 1999, tras una nueva ronda de negociación comercial. Al menos 40.000 personas se manifestaron en ese entonces y unas 157 fueron arrestadas tras actos de violencia que devastaron el centro de la ciudad. Las quejas eran en contra de la globalización, la guerra y la degradación ambiental, pero no existía ninguna propuesta concreta o agenda de políticas públicas.
Algunos años antes, Francis Fukuyama había publicado su famoso libro El fin de la historia y el último hombre declarando que tras la caída de la Unión Soviética el capitalismo global había vencido, y el liderazgo de Estados Unidos avanzaría sin cuestionamientos hacia el final de los tiempos . En 1994, su premonición parecía cumplirse.
China asciende. Casi dos décadas después, en mayo de este año, el presidente Xi de la República Popular China convocó a una conferencia de jefes de Estado para anunciar su política One Belt, One Road (OBOR). El OBOR se trata del proyecto de integración comercial más oneroso de la historia, con inversiones estimadas entre 4 y 8 trillones de dólares para conectar a China por vía marítima y terrestre con el sur y centro de Asia, pero extendiéndose también hasta Europa, África, Oceanía y Suramérica. En otras palabras, el planeta entero con excepción de América del Norte. Su nombre hace remembranza a la antigua ruta de la seda, evocando el regreso del gigante asiático al centro de la actividad económica global.
La reunión involucró a 65 países que suman el 60% de la población mundial, y un 30% de su economía. Con la notable ausencia de las potencias occidentales, 30 de esos países atendieron con su jefe de Estado y firmaron una declaración de colaboración conjunta que sitúa a China como presunta líder del nuevo orden económico global. El Fondo Monetario Internacional (2016) estima que más de dos terceras partes del crecimiento económico en las próximas décadas va a suceder en países asiáticos; es decir, la innovación, la población, la infraestructura y la actividad económica del futuro estarán principalmente en Asia, en un contexto comercial cuyas reglas y dinámicas están siendo definidas por China.
Mientras tanto, en Estados Unidos, ciudades posindustriales como Detroit, Cleveland y Cincinnati han visto su tamaño reducirse a casi una cuarta parte de lo que fueron durante sus puntos álgidos a mediados del siglo pasado. Actualmente, cuentan con infraestructura comercial, habitacional y recreativa para ser metrópolis vibrantes, pero la carencia de actividad productiva y empleo las vacía poco a poco, generando un círculo vicioso.
Por otra parte, las grandes ciudades como Nueva York, San Francisco, Seattle y Chicago sufren de hacinamiento, violencia, burbujas inmobiliarias e infraestructura insuficiente e ineficiente; pero sus amplias oportunidades de empleo y su atractivo cultural para la población joven implican que siguen creciendo más rápido que sus servicios e infraestructura, generando igualmente un círculo vicioso.
Desde Washington DC el liderazgo político es inexistente (y destructivo en los temas que sí existe) y las agencias federales no tienen competencia para ejecutar grandes proyectos de infraestructura. Las oportunidades de crecimiento recaen en las industrias limpias y de alta tecnología, a pesar de que el director de la EPA no cree en el cambio climático, y Trump afirmó que este es un fraude de los chinos para dañar la economía estadounidense.
De igual manera, el liderazgo político estatal se encuentra trabado en disputas partidistas y triviales, mientras la población se degrada en una epidemia de opiáceos que cada día rompe récords desmoralizadores.
Hamburgo. Esa decadencia de Estados Unidos se vio personificada la semana pasada, en la reunión del G20 en Hamburgo. El presidente Trump carece de las competencias mínimas para ejercer liderazgo político internacional, e inevitablemente fue apartado por el resto de jefes de Estado. Sus políticas de aislamiento comercial, límites a la migración, nacionalismo económico y animadversión a la cooperación no pertenecen a este siglo y carecen de cualquier fundamento en la ciencia, la técnica o la ética humanista.
Por su parte, la Unión Europea, Japón, Canadá y otras potencias acordaron ampliar sus vínculos comerciales y su compromiso con la innovación con miras a mitigar el cambio climático. No existió propuesta alguna por parte de Estados Unidos, y sus puntos de discusión se centraron en acertijos geopolíticos regionales como Siria y Corea del Norte.
Consecuentemente, el comunicado final del G20 incluyó únicamente a 19 países. Sin ninguna declaración conjunta, conferencia de prensa o acuerdo significativo, el presidente Trump tomó su avión y abandonó Alemania dejando a su país humillado y consumido en el ostracismo internacional. El resto del mundo comprende que Estados Unidos no está actualmente en condiciones para ejercer ningún tipo de liderazgo desde el gobierno federal (aunque algunos estados sí lo hacen), y que los días de Bill Clinton y Obama están sepultados en el recuerdo.
El nuevo orden multipolar permite un aislamiento de Estados Unidos que habría sido impensable hace dos décadas en Marruecos, y se manifestó tanto en la conferencia de la OBOR en Pekín como en Hamburgo.
La “nación indispensable”, un concepto promovido por Clinton, es ahora más prescindible que nunca gracias a China, una nueva tendencia que inevitablemente definirá el rumbo de la humanidad por las próximas décadas. Dichosamente, por su tamaño y poderío económico, Estados Unidos puede regresar rápidamente al protagonismo, pero esto requerirá un giro radical en su liderazgo.
Una vez finalizada la conferencia, me infiltré en las protestas masivas en Hamburgo para presenciar la faceta convulsa de la democracia. Unas 80.000 personas manifestaron su descontento, y algunas cometieron actos de violencia y destrucción de la propiedad. Tras 43 arrestos y 213 policías heridos, el escenario urbano se percibía en estado cuasi apocalíptico y toque de queda, con sirenas constantes, vehículos armados y helicópteros como música de fondo por toda la ciudad. Las quejas eran en contra de la globalización, la guerra y la degradación ambiental, pero no existía ninguna propuesta concreta o agenda de políticas públicas. Hay cosas que nunca cambian.
El autor es analista de políticas públicas.