Uno de los argumentos que en su momento esgrimíamos para explicar la necesidad de aprobar el Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica y los Estados Unidos (conocido como TLC), era que este instrumento otorgaba seguridad jurídica a la relación económica entre nuestros países, lo que era importante para Costa Rica porque el mercado norteamericano era, por mucho, el principal destino de nuestras exportaciones de bienes y servicios.
Esa seguridad era valiosa para que nuestro sector privado (empresarios y trabajadores) pudiera invertir, producir y exportar con un horizonte a largo plazo y sin tener que asumir los costos que implica la incertidumbre y el riesgo de cambios abruptos.
Decíamos durante esas discusiones que el acuerdo establecía derechos y obligaciones de carácter recíproco, los cuales podían ser asegurados a través de un mecanismo de solución de diferencias que impediría que la parte más poderosa tomara válidamente una decisión unilateral cuando sus circunstancias internas se deterioraran y surgieran las presiones para imponer medidas proteccionistas.
Se trataba, así, de una mejora cualitativa en comparación con la poca seguridad que brindaba el esquema de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe, cuyo carácter discrecional le permitía fácilmente a las autoridades estadounidenses despojarnos de las preferencias comerciales a su antojo.
Vientos de cambio. En aquel momento, muchos no entendieron a plenitud los profundos alcances de dicho cambio y lo menospreciaban bajo el argumento de que Estados Unidos nunca iba a cerrarnos su mercado, ya que por muchos años había favorecido y promovido una política de libre comercio en todos los foros internacionales, incluso como parte de su política de seguridad nacional.
Lo cierto, sin embargo, es que solo los ríos no se devuelven y cualquiera que le dé seguimiento a la política electoral norteamericana ha de haber escuchado en reiteradas ocasiones la fuerte retórica populista –de izquierda y de derecha– abogando por el cierre de fronteras y por impedir la “exportación” de puestos de trabajo hacia nuestros países.
En efecto, por un lado, el precandidato demócrata Bernie Sanders –sí, el mismo que pocos días antes del referéndum fue traído a Costa Rica para promover la renegociación del TLC– no se cansa de vanagloriarse de que él se ha opuesto a todos los tratados de libre comercio porque solo sirven para que las empresas estadounidenses inviertan en países menos desarrollados, como el nuestro.
Por el otro, el multimillonario y virtual candidato republicano Donald Trump no para de quejarse de que todos los acuerdos comerciales suscritos por Estados Unidos han sido desfavorables para su país y, por ello, amenaza con iniciar una guerra comercial contra sus socios no desarrollados una vez que llegue a la Casa Blanca.
Este histriónico discurso ha hecho que el debate sobre política comercial en esta campaña electoral se haya degradado a niveles pocas veces visto y que nuestros sectores productivos puedan terminar siendo las víctimas de un actuar irracional.
Efectos positivos. Sin duda, para Costa Rica el TLC con Estados Unidos ha sido beneficioso, no solo por los resultados objetivos que demuestran los estudios realizados sobre su aprovechamiento (http://bit.ly/1OVJGYd, http://bit.ly/20Q4vL4), sino porque permitió la modernización de sectores clave para la competitividad (como el de las telecomunicaciones y el de seguros), y ayudó a mantener la estabilidad durante la reciente crisis financiera internacional y de desaceleración del comercio mundial.
No quisiéramos ni imaginar el estado en que estaría el país si hubiéramos tenido que enfrentar esa crisis sin haber realizado los cambios estructurales promovidos en los últimos 30 años y consolidados parcialmente en ese y otros acuerdos.
Tampoco quisiera imaginar los resultados que obtendría el actual presidente luego de sus numerosas giras promoviendo inversión extranjera para la generación de empleo en sectores estratégicos si el TLC no estuviera en vigor.
Pero, junto con esos efectos positivos, la realidad electoral estadounidense y el “consenso populista” que prevalece hace que el TLC sea hoy más importante que nunca.
Sin que implique una garantía plena contra el populismo o la insensatez política y económica de un gobierno –y sabiendo que siempre existe la posibilidad de que finalmente el acuerdo sea denunciado–, lo cierto es que esa sería una medida extrema, y la existencia de un tratado comercial se erige en un escudo relevante contra las arremetidas que podrían venir.
El autor es abogado.