“¡Son más las cosas que nos unen que las que nos separan!” es una frase discursiva frecuentemente empleada para reforzar un sentido de unidad en favor de algo que es común a todos o la mayoría.
Sin embargo, al contrastar la afirmación con la realidad, cada vez resulta más difícil lograr acuerdos de gran calado o ampliamente apoyados. Reflexionando en ello, importa detenerse a meditar acerca de cuáles elementos son capaces de cohesionar al país hoy, cuando las posiciones separan, el individualismo gana terreno, la desconfianza prima, la memoria es corta y el cordón umbilical que nos ata parece exiguo.
Repasemos algunos ejemplos que pueden ilustrar cuán cerca o más lejos estamos de coincidir como sociedad.
Quizá usted es testigo de la ardua misión que resulta organizar un vecindario, incluso tratándose de acciones de mejora en beneficio de todos. En no pocos casos, los vecinos ni siquiera se conocen ni coinciden en espacios que favorezcan su encuentro.
El mundo de la política —si bien es un terreno donde es natural a su esencia la discrepancia— logra cada vez menos convocar o entusiasmar alrededor de una idea o una aspiración; por el contrario, muestra síntomas de acentuar la diferencia entre sus protagonistas, agravado por el surgimiento de posiciones extremas en las que sentar a las partes a conversar, o tan solo a definir las reglas para un encuentro, se torna en un punto de efervescente desacuerdo.
¿Acaso es la Selección Nacional de Fútbol masculino un factor de lucha común, dada la pasión y la alegría que provoca entre quienes mayoritariamente celebran sus triunfos o critican sus fracasos? Llama la atención que incluso en torno a este equipo sea posible con relativa facilidad organizar casi de forma espontánea un movimiento para despedir a un entrenador y hasta estar dispuestos a pagar por ello, lo que en otros campos sería impensable.
En el plano de las causas nacionales con capacidad de aglutinar a la sociedad en la consecución de objetivos compartidos, ¿qué tal la ambiental?, considerando las múltiples opiniones sobre su importancia y los manifiestos constantes acerca de su protección y defensa.
En un país con notables avances y también significativas debilidades, comenzando por nuestra escasa educación a la hora de depositar la basura y convertir, por ejemplo, las orillas de las carreteras en un botadero a cielo abierto, el cuidado del ambiente sigue siendo una preocupación de unos pocos.
La religión o el sistema de creencias de la población muestra fragilidad en su capacidad de unir. Además de las tradicionales diferencias que ocasionan las discusiones en este campo, la separación se agudiza con el descenso en la cantidad de personas que señalan profesar una fe religiosa.
Mención aparte merece aquí la devoción por la Virgen de los Ángeles, cuya celebración convoca a millones de personas en su honor. Esa identificación resalta como punto de conexión en medio de las diferencias que normalmente prevalecen en el país, lo que, no obstante, no implica su traslado a otros ámbitos de la vida en común.
Las catástrofes son otro caso que bien podrían ser capaces de despertar un sentido de unidad nacional, tomando en cuenta el sentimiento de identificación y solidaridad que despiertan quienes las sufren de primera mano.
Aquí tiene lugar un hecho con el potencial de detonar el interés por ayudar en los momentos inmediatos, muestras de unidad que tienden a disiparse con el transcurrir de los días, cuando parece que todo volvió a la “normalidad”, sin posibilidad de sostener esos niveles de apoyo en las etapas iniciales a largo plazo.
Si a todo esto se suma la división que produce la desigualdad social, la diferenciación en los espacios de encuentro entre distintos grupos sociales, los discursos de odio y discriminación frente a la opinión distinta en las redes sociales, la creciente distancia entre lo público-privado, donde lo primero es visto con desdén y lo segundo está reservado solo para algunos, según su capacidad de pago, es válido poner en la discusión pública qué es lo que realmente tiene la fortaleza hoy día en Costa Rica de unir alrededor de un objetivo compartido, más allá del pasado, de vivir en un mismo territorio o de ser costarricenses.
El conflicto es inherente a la vida en comunidad, en la política, en el trabajo, en un equipo, hasta en la familia, razón por la cual, en la medida que menos capaces seamos de gestionarlo por los medios institucionales, a la baja irán las posibilidades que tendremos de encontrar puntos de unión y trabajar conjuntamente en un mismo proyecto, puesto que cada vez es más lo que nos separa.
El autor es politólogo.