La belleza está en los ojos de quien mira con atención. No todo se calibra por su forma, talla o color. La métrica de ese lente alcanza solamente una superficie. El peso también tiene una fuerza de atracción. El peso o significado que le damos a la realidad. Lo que algunos llaman madurez.
Las valoraciones son únicas y las personas, también. Lo bello tiene un mensaje, formula una pregunta. Ello me lleva a una gema que desde tiempos antiguos puede entregarnos o provocar una respuesta: la perla.
Brillo (bíryllos) es su significado en griego. Las “ideales” son las esféricas, simétricas y lisas. En ellas la luz se refleja con mayor intensidad. Otras perlas han fascinado desde el principio de los tiempos. Son distintas. Contradicen toda simetría. Tienen forma irregular porque se moldean naturalmente.
Son las perlas barrocas que vienen de los mares del sur. No pueden copiarse. Son únicas. No se repiten. Tienen su propio carácter. Revelan una belleza que anida también en la imperfección. Quizás sea esta una belleza más auténtica. Menos buscada.
La belleza no se define; se experimenta. Su ecuación no es la perfección. La imperfección tiene altas cuotas de belleza. Así, nuestra existencia no tiene días “ideales” o “perfectos” pero sí momentos perfectos. Instantes en los que no nos seduce el brillo, sino el resplandor.
El resplandor de lo que tiene vida, de lo que es auténtico, de lo que no es falso e inerte. Viene a mi recuerdo el libro Gift from the sea, de la escritora y aviadora estadounidense Anne Morrow Lindbergh.
Una voz que desde una playa evoca la necesidad de la sencillez y de un sentido personal profundo. “El mar no recompensa a quienes están demasiado ansiosos, demasiado codiciosos o demasiado impacientes. Uno debe estar vacío, abierto, sin opciones como una playa, esperando un regalo del mar”.
La felicidad no hay que buscarla. Ella sabe llegar a nosotros. Muchas veces hay que saber esperarla. Está íntimamente relacionada con el sentido que le demos a nuestra vida.
La felicidad no tiene atajos. Precisa esfuerzo, de navegación. No hay rutas marcadas. Hay mares inexplorados. Algunos confunden la felicidad con la posesión, la estabilidad o la seguridad.
Lo perfecto, sencillamente, no existe en esta vida de los mortales. Afirma la psiquiatra Marian Rojas Estapé: “No conozco vidas sin errores, sin dolor y sin batallas. El perfeccionista es el eterno insatisfecho que nunca está a la altura de lo que quiere”.
Las perlas simbolizan la experiencia de los años. El hilo del tiempo va engarzando cada perla. Así se va forjando un atesorado collar. Y, como escribió Morrow, “uno no puede recoger todas las conchas hermosas de la playa. Uno puede recoger solo unas pocas y son más hermosas si son pocas”.
Atesoremos los instantes que nos seducen no por su brillo, sino por su resplandor. Los recuerdos, la belleza de la vida. Como dijo Kant, lo bello encanta, lo sublime conmueve. Lo bello está fuera de nosotros; lo sublime, dentro.
“Hagamos florecer el verdadero gusto de lo bello, de lo noble. Solo será de desear que el falso brillo, tan fácilmente engañador, no nos aleje de un modo insensible de la noble sencillez”. ¡Seamos como las perlas barrocas que hacen de la vida una pequeña gran obra de arte!
La autora es administradora de negocios.
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