En el universo literario creado por Jorge Luis Borges, uno de los temas que mayor hondura encontró en sus páginas fue el conflicto sobre la persistencia humana. El anhelo ancestral que ha acompañado al ser humano para prolongarse en el tiempo, para exprimir el elixir vital hasta su última partícula.
En su relato El inmortal, Borges propone la existencia de un protagonista, el tribuno romano Marco Flaminio Rufo, quien, tras un encuentro con un viajero, principia una búsqueda de la ciudad de los inmortales y del río que otorga ese don a los seres humanos.
Años después, el omnipotente tecnológico Google ha iniciado, al igual que el romano borgiano, su propia búsqueda de la eternidad humana. Esta vez, las maravillosas ensoñaciones del gran ciego se transmutan en los ingentes recursos económicos, que el gigante informático ha dispuesto para acceder a una realidad que nos permita transgredir, en alguna medida, la irreversibilidad de la flecha del tiempo.
Mediante su firma de capital de riesgo, Google Ventures –entidad que cuenta con cerca de $2.000 millones en activos y que cada año recibe cerca de $300 millones más–, pretende, en palabras de su administrador Bill Harris, “liberar al hombre de cualquier atadura, particularmente de sus límites vitales”.
La magnitud del proyecto de Google incluye desde la operación de un centro de investigación, donde se estudian medios para revertir el envejecimiento, hasta Google X, el laboratorio tecnológico donde se trabaja en la investigación de nanopartículas que, introducidas en el torrente sanguíneo, detectan mutaciones de alguna enfermedad y el cáncer.
Singularidad tecnológica. Esta nueva misión de Google ha germinado, principalmente, en su más importante ingeniero, inventor, futurista y experto en inteligencia artificial Raymond Kurzweil, quien, en una de sus recientes obras ( La singularidad está cerca, cuando los hombres trasciendan la biología ), nos revela que la humanidad alrededor del año 2045 habrá alcanzado un punto denominado “singularidad tecnológica”.
Es un momento más allá del cual el crecimiento tecnológico será tan rápido y profundo que no será imposible predecir cuáles serán sus consecuencias.
“No está lejos el día en que seamos capaces de hacer una copia de seguridad de nuestro cerebro y subirla a la nube o que podamos crear un avatar prácticamente idéntico de alguien ya fallecido”, profetiza Kurzweil.
Google no está solo, otros, seguramente con menos recursos pero con la misma convicción, procuran sumergirse en las aguas que paralicen las arenas del tiempo.
El multimillonario ruso Dmitry Itskov pretende con su proyecto Iniciativa 2045 la producción a gran escala de avatares muy reales y de bajo costo en los que se puedan cargar los contenidos de un cerebro humano, con todas las peculiaridades de la conciencia y la personalidad incluidas.
Esta corriente intelectual, cultural y tecnológica, que algunos han denominado “transhumanismo”, concibe la transformación de la condición humana mediante la tecnología (biotecnología, nanotecnología e inteli-gencia artificial, entre otras). Ella es una realidad, y no precisamente virtual.
El ideal borgiano difiere del pretendido por los iluminados tecnológicos. El escritor entiende que la perspectiva de prolongarse en el tiempo de forma personal, es prescindible, innecesaria y hasta aterradora.
Borges piensa una inmortalidad “cósmica”, una suerte de entidad abstracta compuesta por todos los hechos, todas las actitudes, todos los actos y todas las experiencias que aquellos que hemos pasado por esta vida dejamos tras nuestras existencias. Estas serán recordadas por aquellos que vendrán después y, de algún modo, traídas de nuevo a la vida: “En fin, la inmortalidad está en la memoria de los otros y en la obra que dejamos”.
Para Jorge Luis Borges, la posibilidad de que su individualidad, su personalidad misma, sobreviva por los siglos de los siglos no es sino una perspectiva que le causa temor.
Isaac Asimov nos advirtió oportunamente que la verdadera disociación de la especie humana ocurrirá cuando un grupo tenga el acceso a una tecnología que le permita modificar su condición biológica y genética, con el fin de perpetuarse e imponerse sobre el resto.
“Incrédulo, silencioso y feliz, contemplé la preciosa formación de una lenta gota de sangre. De nuevo soy mortal, me repetí, de nuevo me parezco a todos los hombres”, dijo el tribuno.
Adrián Mora S. fue asesor del Gobierno Digital