Al transitar por la Gran Área Metropolitana, es común ver múltiples imágenes de Jesucristo plasmadas en el exterior de los autobuses. Una de las más pintorescas es la de su rostro con una lágrima en la mejilla observando el planeta Tierra desde el espacio al lado de la frase “Jesús nos ve”.
En este caricaturesco retrato, el Jesucristo galáctico parece estar llorando por los interminables pecados de la humanidad. Pero las ostentosas efigies religiosas que adornan los autobuses también reflejan un grave pecado cometido por nuestra omnipotente burocracia estatal: permitir que empresas privadas de transportistas se apoderaran por completo del Consejo de Transporte Público (CTP) y se constituyeran en un oligopolio de facto del cual depende la movilidad de millones de usuarios.
En consecuencia, el sistema de buses es virtualmente anárquico: una flota ruidosa, incómoda, anticuada, sobrecargada y contaminante, que, además de apenas caber en nuestras estrechas calles, hace un uso irresponsable de las bahías asignadas, recogiendo o dejando a pasajeros en donde no existe parada, o peor aún, en media carretera.
Todos estamos sujetos a los rigurosos vicios y exigencias del MOPT, la Aresep y Riteve, pero, en el caso de los buses, existe una extraña impunidad para sus frecuentes transgresiones, pues los gremios del CTP han sabido blindarse ante las sanciones. Y sumado al retraso en obra pública y la desbordante congestión en las calles, la aberrante cultura de las “latas”, consolidada por el CTP, es un componente más en el espeluznante pandemónium vial que enfrentamos a diario.
Estos absurdos suelen evadir nuestra percepción. En la alharaca del año pasado por la entrada de Uber al país, hubo quienes pegaron el grito al cielo por “la competencia desleal” a los taxistas y la intromisión de una empresa privada extranjera en las opciones de transporte para los costarricenses.
Seamos claros: Uber por lo menos ha suscitado un debate sobre la calidad y la operación de las compañías de taxis, también parte del CTP.
Vale preguntarles a aquellos que acostumbran criticar la privatización, ¿dónde está su indignación con un puñado de empresas que se han apropiado, aún más osadamente, de la modalidad de transporte público más utilizada en Costa Rica?
Reforma integral. El CTP es el resultado de décadas de mísera gestión pública y el descuido en planificación urbana al que estamos acostumbrados. En este sentido, debe reconocérsele al MOPT su proyecto piloto para desarrollar carriles exclusivos de autobuses en Desamparados, lo cual permitiría reducir de 34 a 5 las rutas que ingresan a San José.
Junto con planes adicionales de ordenamiento y concesión de rutas, así como la mayor capacidad otorgada a las municipalidades para dedicar partidas exclusivas de sus presupuestos a la red vial, se han dado pasos decisivos para empezar a paliar el caos en múltiples sectores.
No obstante, estas iniciativas tendrán poca utilidad si el MOPT no persiste en impulsar una reforma integral del CTP como parte de su plan para la creación de un Instituto Nacional de Infraestructura. Es primordial echar a andar una administración sensata para el funcionamiento sostenible de los autobuses, basada en criterios técnicos y el cumplimiento de las empresas transportistas de estándares y reglamentos operativos.
Bajo un esquema actualizado, estos gremios deben asumir una participación lógica y constructiva en vez de manipular las reglas del juego a su favor, como lo han hecho hasta el momento. De lo contrario, será cada vez más difícil enjugarse las lágrimas por un pecado que nos condena a un desplazamiento infernal por las vías de nuestro país.
El autor es consultor en administración pública.