El conocimiento matemático de los egresados de los colegios se parece al conjunto vacío: no hay elementos de satisfacción o logro dentro de su símbolo, que es un círculo atravesado por una recta.
También es representado con dos llavecitas, una frente a la otra, y, entre ambas, nada. Es la insondable vaciedad de la materia oscura del universo derramada sobre las aulas.
A esta conclusión llegué después de ver el resultado de una prueba diagnóstica realizada por la Universidad de Costa Rica a 1.874 alumnos de primer ingreso. De esa cantidad, solamente 94 (un minúsculo 5 %) obtuvieron más de un 70; el resto rodó cuesta abajo, atropellado por una avalancha de piedras trigonométricas, logarítmicas y de rectas, de acuerdo con el escrupuloso análisis de la Escuela de Matemáticas.
Intentemos lo imposible: llenar el conjunto vacío con algunos números y palabras. Comparada con el ascenso de una montaña, la calificación de la prueba tenía en su base un 1 y en su cúspide un 100; el 10 % de los caminantes se desmoronó entre el primer metro y los diez siguientes; un 20 %, entre los diez y los veinte metros; un 30 % se precipitó en las grietas; y solo algunos pocos alcanzaron los treinta metros.
Es decir, que de los 1.874 esforzados voluntarios que comenzaron el ascenso, 1.103 no llegaron siquiera a la mitad del empinado camino.
Para subir una montaña con seguridad se debe llevar, entre otras cosas, una bien provista mochila. En el caso de la prueba diagnóstica, la mochila de conocimientos de los estudiantes no contenía un instrumento trigonométrico para calcular distancias ni una recta para marchar derecho hasta la cima.
La provisión de conocimientos matemáticos para estos jóvenes debió haberse realizado en las escuelas y los colegios, y es indiscutible que fue incompleta y deficiente. No voy a extenderme hablando de una verdad demostrada como un teorema: las huelgas de educadores y la pandemia retrasaron y fragmentaron el aprendizaje de los estudiantes, e hicieron más densas las sombras del apagón que oscurece nuestro sistema educativo desde hace ya muchos años.
Las víctimas inmoladas en este desconcierto pedagógico son los estudiantes. Padecen anemia de conocimientos, especialmente en matemáticas e inglés. Por tanto, sufren limitaciones para desarrollarse en profesiones u oficios que requieren sólidas competencias en ambos saberes.
Las carreras más valoradas y consideradas indispensables en un futuro que ya se nos vino encima son las que tienen a las matemáticas como fundamento de su crecimiento y desarrollo. Son las llamadas carreras STEM (siglas en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemática).
Sin desdeñar el valor de otras profesiones, se puede afirmar que un país que no fortalece ni consolida la formación de las personas en las competencias que las carreras STEM demandan mirará sentado desde la acera el paso irresistible de las naciones que sí promovieron el progreso de su economía y el de su población.
Es imperioso que el Ministerio de Educación Pública (MEP), que tiene tan buen ojo clínico para diagnosticar, ponga su mirada no solo en las desalentadoras estadísticas del rendimiento académico de los estudiantes, sino también en otros aspectos del proceso de aprendizaje, como por ejemplo, la pertinencia de los contenidos de la malla curricular en matemáticas y en la aptitud y calidad con que se transmiten los conocimientos en el aula.
Es en los salones de clase, y no en otro sitio, donde se vivifica, agoniza o muere el interés de los estudiantes por esta asignatura. En la teoría de conjuntos, uno de ellos se llama conjunto finito, y es aquel en el que todos sus elementos pueden contarse o enumerarse en su totalidad.
Hasta que no examinemos las raíces que nutren con débil savia el tronco de la educación, el aprendizaje de la matemática continuará flotando como un alma en pena en el círculo de un conjunto vacío mientras nuestro país, atascado entre culpas y remordimientos, se queda a mitad del camino sin haber hallado la fórmula educativa que lo impulse a las alturas que demandan los tiempos modernos.
El autor es educador pensionado.