Los costarricenses nos distinguimos por la solidaridad, valor común en la historia nacional, caracterizado por nuestra capacidad para compartir y prestar ayuda material o emocional a los demás, sin esperar nada a cambio.
La solidaridad, herencia espiritual, individual y colectiva, de nuestra nacionalidad, nos permitió a lo largo de la historia protegernos y colaborar con quienes lo necesitan.
Desde siempre la solidaridad es factor determinante para ir más allá de la adhesión a una causa o interés grupal.
El Pacto de Concordia, de hace casi doscientos años, expresó la idea de unión y mutua ayuda para conseguir un destino diferente, afirmado luego en la independencia, desarrollado después por nuestra vida republicana a lo largo del siglo XIX y perfeccionado mediante el Estado social de derecho a partir de la Segunda República.
Doctrina social. El común denominador que permitió superar todas las etapas de crisis y confrontación entre los costarricenses fue la afirmación de la solidaridad como principio de doctrina social, entrelazada con valores de inspiración cristiana y la fe en nuestro destino nacional.
La fe en una patria donde el bien común solo es posible en libertad se sustenta en garantizar la justicia social, el bienestar de las grandes mayorías y el respeto de los derechos humanos de los ciudadanos.
La pandemia de covid-19, y sus secuelas de muertes y destrucción de empleos y producción, afecta toda la dinámica económica global y sobrepasa las crisis del pasado.
No hay en la teoría social y económica respuestas fáciles. Hoy, para salvar la vida, hay que perder el empleo; y salvar la vida y el trabajo no resulta tarea sencilla de acometer ni se resuelve con una sola herramienta o con una ideología política o económica.
El miedo no debe paralizarnos. Si se extiende y nos contamina con desconfianza, incertidumbre y enfrentamientos ideológicos o desbordes sociales, estaremos en condiciones más difíciles aún para superar esta crisis.
Hallar soluciones. No es tiempo para la división, sino para la solidaridad. Para comprender que tenemos en nuestras raíces históricas elementos sólidos y condiciones indispensables para ordenar con sabiduría las posibles soluciones, dentro de la diversidad y complejidad de los problemas que enfrentamos.
Todos debemos colaborar en la conducción de los asuntos públicos, con una sola visión de patria frente a la pandemia y sus efectos.
Me permito hacer un vehemente llamado a unirnos inspirados en nuestra identidad nacional. A hacer primar lo que nos es común, sin dejar de ser críticos, a olvidar nuestras diferencias y mirar el futuro, como resumen de la capacidad de los costarricenses para continuar la senda de la solidaridad humana.
Sin egoísmo, sin mezquindad, sin arrogancia económica o soberbia intelectual, demos un giro a la realidad que nos agobia.
Demostremos que Costa Rica es más que un gobierno, o un movimiento específico, y pongamos por encima de nuestras diferencias lo que nos une para enfrentar la presente situación.
El autor es ingeniero.