Con un fuerte giro hacia la derecha, Suramérica ha dejado de ser la región de Lula, Kirchner, Correa y Chaves —líderes de la época de oro de la izquierda sudamericana— y es la región gobernada por Bolsonaro, Moreno, Piñera y Macri. El péndulo ideológico pasó de estar del lado izquierdo, con un componente abiertamente soberanista y opuesto a la injerencia de Estados Unidos, al extremo derecho, con ese país del norte como uno de sus principales aliados.
Este giro ha arrasado con la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), aquel conjunto de Estados que se presentaron hace más de diez años como una apuesta clara por un organismo de integración regional que buscaba promover la identidad y la soberanía en el sur. Esta iniciativa nació con el objetivo de “fortalecer el diálogo político entre los Estados miembros que asegurara un espacio de concertación para reforzar la integración suramericana”; sin embargo, recientemente se ha destacado por su inactividad y su silencio cómplice ante la inestabilidad política venezolana.
Logros. A pesar de los desaciertos actuales, es necesario reconocer ciertos logros. Al inicio, esta organización tuvo un papel relevante en varios momentos críticos. Sirvió como un ente de reacción ante las diferentes crisis intraestatales e interestatales desarrolladas en Suramérica. Uno de los ejemplos más destacados fue su papel en respuesta al golpe de Estado en Paraguay, cuando el vicepresidente Federico Franco asumió la presidencia de la República tras el golpe parlamentario contra Fernando Lugo. Otro ejemplo fue la reacción al movimiento secesionista en Bolivia y su mediación entre Colombia y Ecuador cuando ocurrió el bombardeo de Angostura.
Decaimiento. No obstante estos logros y de su protagonismo en un momento histórico en el sistema internacional, algunos mandatarios suramericanos actuales decidieron enterrar ese organismo para dar vida al Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur). Este nuevo bloque regional va de la mano con los nuevos tiempos políticos del área, lo cual evidencia el retorno del péndulo ideológico hacia la derecha.
La creación de Prosur fue liderada por Piñera, actual presidente de Chile, y apoyada por Colombia, Brasil, Ecuador, Argentina, Perú y Paraguay; al margen de este proceso, quedaron Bolivia, Guayana, Surinam, Uruguay y Venezuela. Sin embargo, en el caso de este último país, el excluido es Nicolás Maduro, pues, como afirman varios medios de comunicación de acuerdo con Piñera, “no cumple con ninguno de los dos requisitos” para integrarse, que son “vigencia plena de la democracia y el Estado de derecho” y “el respeto pleno de las libertades y los derechos humanos”.
En su lugar, fue invitado el presidente interino designado por el Parlamento, Juan Guaidó, quien envió representantes y manifestó: “Prosur es el futuro de la integración suramericana”, lo cual no se vislumbra con claridad.
Otro factor que influyó en el decaimiento de la Unasur fue el cambio radical en la política suramericana, tras la muerte de los tradicionales líderes de izquierda, como Chávez en Venezuela y Néstor Kirchner en Argentina. Por su parte, otro líder tradicional de este movimiento, Lula da Silva, se encuentra preso por corrupción y va perdiendo su autoridad y credibilidad. Lo anterior ha dejado un vacío de liderazgos significativos aprovechado por los nuevos líderes, lo cual generó una división regional donde siete Estados pasaron a formar parte de este nuevo organismo, mientras que cinco decidieron mantenerse con la Unasur.
En fin, al no haber un proceso de integración que abarque todos los Estados del sur, sino dos organismos que evidencian una gran ruptura política entre ellos, se puede afirmar que —una vez más— el sueño bolivariano de una verdadera integración suramericana se ve truncado por los gobiernos de turno y su ideología, producto del comportamiento del péndulo ideológico que ahora se ubica al lado derecho, contrario a la realidad política de hace más de diez años, cuando surgió la Unión de Naciones Suramericanas.
El autor es internacionalista