Recuerdo que una vez, cuando era niño, un señor se levantó del asiento en el autobús para dárselo a un adulto mayor.
Eso fue hace unos 25 años. En ese entonces ninguna ley exigía ese tipo de actos; incluso, no recuerdo si había asientos preferenciales; aunque yo no sabía que en los autobuses uno debía ceder el asiento, desde ese momento, cuando viajo en uno y sin que la ley me obligue, me levanto para dárselo a quien lo necesite más que yo.
Me contagié de empatía y comprendí que hacer algo bueno por otro, sea un familiar o un desconocido, se siente bien y debo practicarlo siempre.
Actos así me han inspirado durante toda la vida. Ahora, adulto, tengo la posibilidad de estudiar sobre la empatía y las conductas prosociales, pero, a pesar de esto, nada me ha enseñado tanto como el comportamiento empático que he presenciado.
En estos tiempos, en los que se avecina una posible segunda ola de contagios de la covid-19, es necesario contagiarnos de empatía.
Este concepto está emparentado con acciones como el altruismo, la filantropía, el voluntariado, la donación, el rescate de personas, la solidaridad, la generosidad y la cooperación, entre otros.
Cuidarnos mutuamente. En plena crisis sanitaria y económica, podemos decir que cuidar nuestra salud, cumplir las medidas sanitarias, mantener la distancia, utilizar cubrebocas, así como apoyar los distintos emprendimientos y al turismo local, entre otras acciones, también son sinónimos de empatía.
Si los niños se exponen a conductas responsables y empáticas, crecerán siendo personas responsables y empáticas. Esta ecuación socioeducativa podría llegar a fallar, pero con un margen de error muy pequeño.
Aunque es incómodo quedarse en la casa, mantener la distancia, utilizar mascarillas y lavarse las manos, son hábitos que necesitamos para superar la emergencia mundial, porque cuidarnos a nosotros mismos es también cuidar a los demás, y si todos nos contagiamos de conductas empáticas la preocupación por el virus SARS-CoV-2, causante de la covid-19, no será tan angustiante.
De niño aprendí muchas buenas experiencias observando a los adultos. Ahora estoy convencido de que, si como persona grande me convierto en un buen modelo para los más pequeños, heredaré las enseñanzas de mis padres y de quienes se han preocupado por los demás de una manera desinteresada.
Sabiduría. Lo anterior me recuerda la frase de Pitágoras que aprendí mientras estudiaba Educación en la universidad, «si educamos a los niños, no será necesario castigar a los adultos».
Pero educar no es solo transmitir conocimientos, también educamos inspirando, contagiando. Savater lo expone muy bien cuando habla sobre el humanismo: «El humanismo no se aprende de memoria, sino que se contagia».
Parafraseando a Kant, también encontramos un pensamiento acertado para la vida, este decía que debemos actuar de tal forma que nuestros actos podamos considerarlos leyes universales, es decir, tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros o a un ser querido, y no hacer a otros lo que no nos gustaría que nos hagan a nosotros o a un ser querido.
Mucho se ha dicho y se seguirá diciendo sobre la empatía; sin embargo, más que esto es necesario actuar. Acciones tan simples como la de aquel señor hace 25 años representan esperanza para la humanidad.
Psicólogos estadounidenses afirman que las conductas empáticas y prosociales son innatas en el ser humano. En otras palabras, nacemos con ellas, incluso hay investigaciones que así lo demuestran en menores de tres meses.
Tal vez Rousseau haya tenido razón cuando afirmó que «el ser humano nace bueno, pero la sociedad lo corrompe»; no obstante, si contamos con que la mayoría de los que conformamos la sociedad, en este caso costarricense, somos buenos y actuamos de manera empática, entonces la idea de Rousseau no nos aplicaría, puesto que los recién nacidos seguirán siendo buenos al crecer por no estar expuestos a una sociedad que los corrompe.
El autor es educador y filósofo.