Llevo ocho años estudiando en la universidad. Un tercio de mi vida. Dos bachilleratos y una licenciatura que, más que reconfortarme, me generan dudas. Soy el cliché de las ciencias sociales que cruzan la mente y el corazón. La universidad me ha dado nuevos conocimientos, pero el más significativo es el conocimiento propio.
De niña, me preguntaban: “¿Qué querés hacer cuando seás grande?”. Resonaba: “Veterinaria”. Sonrío mientras recuerdo la seguridad en la voz de esa niña de cuatro años que, por cierto, era experta en animales gracias al canal de TV Animal Planet.
A mis 17 años, pisé, temblorosa, la universidad por primera vez. Viajaba casi todos los días desde Cartago en el tren de las 6 a. m. En mi primer día de universidad, sentada en un pupitre de la Escuela de Comunicación, me pregunté “¿cómo llegué aquí?”, “¿qué pasó con veterinaria?”, pues no tuve estómago, pero en mis planes de adolescencia nunca estuvo Comunicación... Descifrar mi vocación a esa edad me carcomía. Hoy, la espinita por la biodiversidad sigue ahí.
Mis primeros años en la U fueron un mar picado, sus olas me revolcaban. Nunca estuve segura de mi decisión. Y en mi cuarto año descubrí la comunicación social y de nuevo me revolcaban las olas. Conocí mujeres que transitan sus vidas como VIH positivas, visité Talamanca por primera vez y descubrí la realidad de las personas ngöbes de Sixaola, una población transfronteriza. Me sentía vulnerable y enojada ante las injusticias.
La crisis climática me caló. En el 2020, tomé el curso de Comunicación para el cambio climático y, desde entonces, me he visto inmersa en libros. He llorado la crisis, me he enojado con quienes la sustentan para después ignorarla. Estudiar el cambio climático me ha ayudado a comprender el grave problema al que nos enfrentamos de manera desigual.
Me reconecté con aquella niña que tenía una esperanza inmensa. “Tanto análisis lleva a la parálisis”, he escuchado decir, y, bueno, dejé de pensar en el desastre para hacer algo. Lo hago desde los afectos, en mis redes, en lo colectivo, en la comunidad y en la resistencia.
Los bosques y selvas que vi en la televisión sembraron en mí la semilla de la curiosidad por la naturaleza. Ahora, la comunicación me permite encontrarme con el activismo, una mezcla ideal para retribuir a la tierra lo mucho que me ha dado.
La autora es estudiante de Comunicación en la UCR.