El pasado 5 de septiembre se cumplieron 100 años del natalicio de este eminente pediatra y extraordinario ciudadano que entregó su vida al mejoramiento de la salud de los costarricenses, al perfeccionamiento de nuestras instituciones y fortalecimiento de la democracia.
Fue un auténtico líder, talentoso y bondadoso que, como brillante maestro, predicó tanto con la palabra, como con su trabajo incansable y el ejemplo. Su sola presencia infundía respeto y era muy estimulante escucharlo porque invitaba a reflexionar con la mente y a actuar compasivamente con el corazón. Su apego a los cánones clásicos de probidad saltaba siempre de repente en su discurso y sentía repulsión por la irresponsabilidad y la impostura.
El fundador de la pediatría costarricense y del Hospital Nacional de Niños que lleva su nombre, con gran visión comprendió que Costa Rica necesitaba un centro médico dedicado a la atención de las necesidades de los niños y, obsesionado por esta idea, hizo a un lado sus legítimos intereses personales y se propuso que un sueño se hiciera real.
Desde el principio señaló que construiría un templo de las ciencias médicas exclusivamente dirigido a encontrar nuevas formas de prevenir las enfermedades, mejores formas de diagnóstico y tratamiento y diversas maneras de rehabilitar a los discapacitados. Además, dijo, quiero un sitio sagrado donde florezcan con transparencia la investigación científica y la enseñanza de la pediatría a los estudiantes universitarios, a los padres de familia y, en lo que corresponda, a la comunidad nacional.
Sus contribuciones a nuestro país son sencillamente innumerables y en todos los campos. Una aguda inteligencia le permitió conocer los problemas nacionales y, con su natural señorío, desempeñó la segunda Vicepresidencia del país; recibió múltiples reconocimientos nacionales e internacionales; fue declarado “benemérito de la patria” en 1980, y en 1999 fue escogido como “protagonista del siglo XX” por el periódico La Nación.
No obstante lo anterior, podría asegurar que el aspecto más pronunciado en su personalidad fue que siempre tenía tiempo para sus pacientes, colaboradores o amigos y, con una amable sonrisa, lo hacía sentir a uno persona muy importante, porque él, que tenía tanta prisa por sus múltiples ocupaciones, detenía el tiempo para escuchar y luego opinaba o recomendaba con pasmosa certeza y tranquilidad.
Quienes tuvimos el honor de trabajar a su lado y el privilegio de su amistad, jamás podremos olvidarlo y viviremos eternamente agradecidos por sus enseñanzas y su legado a la patria.