Por lo general, el fondo de los escritos que periódicamente envío a este medio lo concibo al leer una noticia, un libro o una revista. A veces, me inspira lo dicho por alguien en el mercado y, muchas más, una idea explotable me salta cuando hago algún trabajo de poda o siembra en el jardín de la casa. Normalmente, no me siento ante mi PC a escribir por escribir, sin tener al menos el borrador de una idea, porque el cerebro se me cierra cuando se percata de que es a la fuerza. A la fuerza solo me permite escribir informes técnicos, donde la forma pierde importancia.
Hace unos años, en materia de inspiración, también me ayudaba el limpiar, cargar de aromático tabaco, encender y fumar una pipa. Para este arte, o vicio, ha de tenerse más de una, pues no se debe reutilizar una pipa todavía tibia. A partir de cierto número de encendidas, hay que proceder a curarlas, sea limpiándolas y metiéndolas en una copa con coñac por un par de días o cargándolas de tabaco (que recoge los malos olores) y botándolo al fin de ese plazo. Igualmente, la falta de uso (por ej., durante un mes) las llena de moho y eso también obliga a curarlas. ¡Más fácil criar canarios que mantener pipas!
Un día, un amigo cardiólogo me dijo que mejor no recurriera a dicho calmante. Muchas veces me he visto tentado a romper el voto que entonces hice, aunque solo sea por unos minutos. Como recuerdo, conservo una veintena de pipas de varios estilos, materiales, tamaños, precios y procedencias.
Pero en esta oportunidad me propuse hacer un esfuerzo por escribir un artículo para esta sección y no encontré sobre qué hacerlo. Qué pena. Y pensé: ¿no es cierto –como escuché decir a un profesor universitario– que constituyó un gran avance para la humanidad el que un filósofo, hace muchísimo tiempo, hubiera afirmado “solo sé que nada sé”?
También me enseñó una maestra en la escuela que es más tonto quien no hace una pregunta por temor a plantearla mal, que quien tiene el valor de hacerla. Además, a veces, más valen las preguntas que las respuestas. Porque, y de esto estoy seguro, dijo Albert Einstein que solo dos cosas son infinitas: el Universo y la estupidez… y que no estaba seguro de lo primero.
Aunque, también, nos recordó Descartes, el sentido común es la cosa mejor repartida del mundo, pues todos creen tener tanto de él que no quieren tener más del que ya tienen. Nadie se considera estúpido.
Cálculos. Si la gente hablara solo cuando tiene algo importante que decir, muy pocas veces lo haría. Cuando hace muchos años algunos matemáticos vieron el enorme poder del cálculo infinitesimal recién inventado, dijeron que en el futuro la humanidad no conversaría, solo calcularía. Qué pereza. Pero resulta que quienes toman muy en serio el rigor de la ciencia o de las matemáticas terminan temiendo hablar de otra cosa que no sea su campo de especialidad. Qué feo. Una especialidad puede anularles la capacidad de actuar en el real, multivariable mundo. No los invitan a fiestas, pues podrían arruinarlas. A veces hay que saber hablar paja.
Y ahora los jóvenes no hablan con sus amigos aunque los tengan a un metro de distancia. Se mandan continuamente mensajes de texto y a toda velocidad leen los mensajes (muchos de ellos paja) que les envían otros.
Están conectados virtualmente, pero virtualmente desconectados en el sentido físico. La gramática y la ortografía han sido relegadas a un oscuro rincón de la historia del conocimiento. Lo que importa es que los mensajes se produzcan y sean vistos rápidamente.
Pocos jóvenes encuentran hoy interesante aprender geografía o historia, porque en la red pueden encontrar todo lo que quieran sobre esas materias. Hasta, si quieren impresionar un poco, pueden escoger una cita famosa para cada ocasión. To be or not to be es la pregunta. To be or not to be es la respuesta. Y el exceso de información, como el de luz, los deslumbra y abruma.
He notado que los comentarios virtuales de la gente a escritos virtuales, por ejemplo a los de La Nación, son en general muy buenos. A los lectores no los agarran de tontos, y muchas veces tienen mejor opinión de un asunto que el supuesto experto que lo presenta. Qué cosa. Y la gente ve noticias a toda hora. A medianoche como al mediodía. También las ven los de aquí y los de allá –por ejemplo, los ticos en Estados Unidos, que están pendientes de cuándo y dónde juega la Sele para, de serles posible, ir a hacerle patriótica barra–.
En blanco. Pero ¿de qué asunto escribo hoy? Todavía no he dado en el punto y entre más me lo proponga más se me cierra el cerebelo y, por más que piense durante el día de turbio en turbio y por la noche de claro en claro, no logro dar pie con bola.
Y me apenaría hacer lo de aquel abogado litigante que llegó a la escena del crimen y buscó y rebuscó sin hallar evidencia alguna, hasta que, de repente, ante algo que encontró, con gran emoción comenzó a escribir lo que sigue: “En una gaveta de un antiguo mueblecito, cuya madera no tiene otra protección que la cera de panal como la que venden en una de las escuelas de la UNA, que a los muebles les saca un tímido, discreto y bellísimo brillo, en el cuarto principal de la familia Osorio-Pessoa encontré un documento auténtico, o que si no lo es luce como si lo fuera, y el que, por lo demás, no me es posible juzgar, que a la letra dice: …”, y procedió a copiarlo íntegramente.
Resulta que dicho abogado por sus escritos cobra según el número de páginas; y el documento que en la gaveta encontró no fue otro que la santa Biblia.
Pero ¿de cuál tema escribo hoy?
El autor es economista.