No deja de ser gracioso que, sabiendo que ciertas cosas jamás sucederán, uno fantasee con la remota idea de un “¿qué hubiese pasado si…?”.
En mi caso, me gusta imaginar a David Ricardo (1772-1823), padre fundador junto con Adam Smith de la economía moderna, dirigiendo nuestro incoherente y dilatado Ministerio de Educación Pública (MEP). Esto me lleva a preguntar si encontraría en esa experiencia la evidencia necesaria para validar empíricamente su teorema de los rendimientos decrecientes.
Me explico un poco. Tenemos un horno para hacer pan y contratamos un trabajador para operarlo. Se producen 20 panes por hora. Luego, contratamos otros nueve operarios, sin variar el resto de los factores de producción (horno, materias primas, horario laboral).
Al cabo de un tiempo, asegura David Ricardo, la calidad, la producción y la eficiencia se verán afectadas por esa decisión. Es decir, donde se cocían 20 panes puede ser que se produzcan 5 o ninguno, dado que el clima de la panadería estaría gobernado ahora por el principio de entropía, pues pasamos, en un abrir y cerrar de ojos, de lo simple y ordenado al desorden y la pérdida de información: los operarios se estorbarían unos a otros, habría ocio entre ellos, se incrementaría enormemente el pago en salarios, etc.
En otras palabras, ¡iríamos hacia la ruina! De ahí, los rendimientos decrecientes (técnicamente hablando, para los matemáticos en este escenario hipotético, la relación producción-operarios descrita en el teorema de Ricardo sería una proporción inversa).
Trasladando la metáfora anterior a la educación pública costarricense, si vemos de cerca el asunto, la población estudiantil matriculada en el sistema educativo (primario y secundario) por curso lectivo en la última década se mantuvo más o menos constante: 1.100.000 estudiantes, según el reporte Datos de la educación costarricense, publicado en el boletín del MEP en mayo del 2018. Sin embargo, la cantidad de funcionarios del MEP casi se duplicó en ese mismo período.
Así, puedo afirmar que nuestro MEP en pleno siglo XXI se ha transfigurado en el primo hermano de aquel monstruo mitológico llamado la Hidra de Lerna: posee casi 87.000 cabezas, distribuidas en cientos de sedes regionales, en miles de departamentos y juntas de educación, con hondas incapacidades de gestión administrativa y poca o ninguna comunicación eficiente entre ellas.
Es evidente que una organización con esa cantidad de personal (junto con la Caja Costarricense de Seguro Social es una de las empresas públicas con mayor planilla de Centroamérica) es de una complejidad administrativa y organizativa inimaginable, además de, lógicamente, consumir una buena parte de su robusto presupuesto en el pago de salarios.
Sin embargo, contradictoriamente, a la luz de los evaluadores e indicadores que describen los informes del Estado de la Educación, así como los resultados del año 2022, obtenidos por nuestras jóvenes mentes en la prueba internacional PISA, queda más que demostrado que se han dilapidado recursos financieros no reembolsables y la ruta de la educación nacional pareciera una epifanía, que se nutre del humo enrarecido que algunos ingratos y alevosos asesores venden al MEP, pagados, lastimosamente, con el “dinero del mundo real” procedente del contribuyente costarricense.
Ante esta situación lamentable, no queda más que remangarse y poner manos a la obra en la reorganización de la otrora querida y admirada institución pública costarricense, la cual, en sus mejores tiempos, fue motor y modelo de equidad, meritocracia y desarrollo cultural y económico para una Costa Rica que soñaba con los ojos abiertos.
Por lo tanto, no podemos —¡ni debemos!— seguir esperando la llegada del mesías pedagogo que guíe este barco a buen puerto.
Esta situación, como en muchas otras cosas en las que hemos sido irresponsables con las futuras generaciones, nos condenaría al estancamiento cultural, social y económico, cuya factura a mediano y largo plazo se materializará en analfabetismo consentido, desempleo y la manutención de una legión de costarricenses indolentes para quienes papá Estado tiene la obligación de hacerse cargo de ellos.
barrientos_francisco@hotmail.com
El autor es profesor de Matemáticas.