Recientemente se han publicado encuestas en las que aparece un sector muy importante de jóvenes sin interés para votar en las próximas elecciones. Están desilusionados de la política, algo así como defraudados. Les han robado la fe. Lo jóvenes saben, conocen gran parte de las necesidades sociales de nuestro pueblo, del desequilibrio –en ocasiones, brutal– de los salarios, del silencio por la creciente pobreza y la falta de trabajo. Como protesta, deciden no votar.
Si los políticos y partidos se muestran indiferentes y la democracia comienza a derrumbarse, lo menos que pueden hacer los jóvenes es protestar. Eso está bien, pero no el procedimiento anunciado. Abstenerse de votar es renegar de la ciudadanía, de un derecho sagrado que ha costado millones de vidas de seres humanos: la facultad del pueblo a elegir a sus representantes en las altas esferas de decisión política. Y no deben abstenerse, porque la alternativa a la democracia es la dictadura. Lo único que mantiene la energía vital de la democracia es el voto popular, hoy universalizado y sin restricción alguna.
Ciertamente, a pesar de tanto partido político que participa en la actual contienda electoral, hay poco donde escoger; demasiado oportunismo, y ambiciones personales que opacan y marginan los principios y objetivos de la conveniente vida democrática de los pueblos.
Sociedades subgobernadas. Las sociedades en la actualidad han estado subgobernadas: desaparecieron los estadistas, desplazados por los tecnócratas. La tecnocracia es un fenómeno universal. Durante los últimos treinta años se han creado las condiciones para que brote un privilegio que fortalece la influencia del tecnócrata. El político se convirtió en su pantalla, en el eco de todas sus afirmaciones, generalmente orientadas a todo lo que pueda consolidar una democracia de empresarios sin responsabilidad social, y no –como debe ser– representativa de los derechos populares.
El tecnócrata, sobre todo en el campo económico, planifica el sistema de un liberalismo desbocado que enriquece a los ricos y empobrece a los pobres. El que recibe los palos por el mal consejo puesto en práctica es el gobernante y, con él, la democracia. El desprestigio es total.
Consecuencia de la realidad. Pero la política es consecuencia de la realidad. No es posible poner a caminar un buen proyecto de desarrollo nacional con estadistas que no lo son, con aprendices, con aquellos que llaman al técnico para que les diga lo que tienen que hacer. La situación actual es difícil, pero no tenemos otra. Está ahí, perfilada en la multitud de agrupaciones que de partidos solo tienen la aspiración, sin directriz orientadora. Esta realidad no la podemos cambiar inmediatamente y solo ofrece una alternativa: apartarse totalmente, como lo manifiestan los jóvenes, o luchar, meterse de cabeza en el embrollo para tratar de rescatar lo que tiene de rescatable y, después de las elecciones, organizarse para obligar al gobernante a cumplir con su promesa de luchar sin descanso contra la miseria, que, en este país, es la mayor vergüenza nacional.
Honorabilidad y méritos. No obstante, personas de calidad hay en algunos partidos. Por ejemplo, Ottón Solís y Epsy Cambell prestigiarán la Asamblea Legislativa. Nadie duda de la honorabilidad, valor intelectual y actitud patriótica de Ottón Solís. Ahí tienen los jóvenes a un candidato por quien votar, para comenzar de nuevo con diputados capaces en la Asamblea Legislativa. Hay también candidatos de méritos como Luis Guillermo Solís, Rodolfo Piza y José María Villalta, ciudadanos cultos y honorables. Voten por ellos y votarán por la democracia, pero no participen en su destrucción total alejándose de la urna electoral.
En cuanto a mi decisión, manifiesto que votaré por la poca socialdemocracia que representa hoy el Partido Liberación Nacional.
Johnny Araya no es el candidato ideal, sé que tiene defectos y anda medio enredado en formar un grupo de gobierno con representantes de todas las ideologías. O sea, lo imposible, pero le acompaña una buena disposición demostrada: le gusta construir. Él se autocalifica como maestro de obras. Pues por un maestro de obras votaré, y, con esa intención, pienso que tenemos una de las pocas posibilidades para reducir la desocupación.
Para el próximo período presidencial, posiblemente gobernar será construir, y el mejor gobernante, un albañil capaz.
Esfuerzo permanente. Tal vez, si vamos a votar, podremos rescatar a uno que otro del atascadero, la confusión y el oportunismo.
No nos hagamos ilusiones con lo hermoso que sería tener una democracia ideal, pero sí pensemos que a esa democracia ideal nos podemos acercar, si entendemos que será resultado del esfuerzo permanente de los ciudadanos, que son los titulares del honor, del prestigio y de las buenas y mejores tradiciones nacionales. Aunque sea con el corazón desanimado, debemos ir a votar.
Contestando a una mordaz y pesimista carta de un filósofo, el gran poeta ruso Aleksandr Pushkin manifestó: “No me gusta lo que veo a mi alrededor; como escritor, muchas cosas me irritan; como hombre con prejuicios, me siento ofendido por otras; pero le juro por mi honor que por nada del mundo querría cambiar mi patria o tener otra historia que la de nuestros antepasados, tal como Dios nos la ha dado”.
Jóvenes de Costa Rica: a mi tampoco me gusta casi todo lo que veo a mi alrededor. Como ciudadano y como intelectual, me siento ofendido por tantas cosas malas que aprecio y por la presencia permanente de la corrupción. Me irritan los partidos políticos y sus dirigentes, que manifiestan sustentar una ideología política determinada para olvidarla cuando llegan al poder. Me aflige profundamente la pobreza que padece una cantidad grande de nuestros compatriotas
Salvar a la democracia. Todo esto lo analizo, lo medito y he llegado a la conclusión de que solo la democracia salvará a la democracia, y que el arma poderosa para cambiar las inaceptables desviaciones es el voto popular, aun cuando tengamos tan pocas posibilidades como en la época actual.
Acudiré el próximo 2 de febrero a votar, y lo haré, pues por nada del mundo querría cambiar el sistema democrático que hemos heredado de nuestros antepasados, tal como Dios nos lo ha dado. Es muy bueno. Colaboremos para mejorarlo, pero no para destruirlo.
¡La protesta ha de ser positiva: vamos a votar!