En el plano discursivo, Costa Rica es un país amante del diálogo y la negociación; sin embargo, en la realidad, se percibe una sociedad donde los sectores están cada vez menos de acuerdo y más polarizados, dispersos, hipersensibles a la crítica, no dispuestos a moverse de sus posiciones.
Esa actitud resulta en un verdadero contraste si aceptamos que el diálogo debe acompañarse de la habilidad de coincidir, de ceder a cambio de ganar, aunque sea menos de lo esperado, porque de otra manera se vuelve una conversación interminable y estéril.
Cuando las opciones de encontrar afinidades son presentadas en términos de grandes enunciados, sin margen para la duda, todos, o la gran mayoría, estarán de acuerdo en que una mejor educación es clave para el desarrollo, en el necesario respeto al Estado de derecho, a los derechos humanos, a luchar contra la pobreza y la desigualdad, a contar con servicios de salud de calidad.
En este plano no hay discusión. La dificultad aparece cuando se incursiona en el cómo, el medio, las transformaciones que son necesarias para llegar allí. Y es aquí donde la respuesta a la interrogante sobre la capacidad real que en este momento tiene el país para lograr grandes acuerdos en asuntos cruciales que permitan dar respuesta a las demandas de la población es incierta.
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Tarea retadora
Las circunstancias, por lo tanto, obligan a pensar en la urgencia de preparar a la población para converger, para aceptar que llegar a acuerdos implica estar dispuestos a ceder a cambio de una ganancia mayor para todos, y relegar al límite los casos en los que definitivamente el acuerdo no será posible.
Predicar con el ejemplo, no partir siempre de las malas intenciones del otro y respetar las reglas de juego son clave en ese esfuerzo.
En el medio de esta reflexión hay también otro elemento que, aunque instrumental, no es menos problemático. ¿Cuál es el mecanismo más idóneo para alcanzar esos acuerdos y quién el legitimado con la suficiente credibilidad para impulsarlos? Poner en sintonía en las pautas del diálogo cuando se tiene actores con posiciones distantes es una tarea por sí misma retadora.
De la experiencia chilena durante el proceso constituyente pueden extraerse algunas enseñanzas. A pesar de que inicialmente una mayoría estuvo a favor de reemplazar su carta magna, en dos ocasiones se rechazó la propuesta de los redactores, y esta ya no es vista como una alternativa, incluso hay quienes señalan que lo que primeramente se miraba con esperanza, terminó generando frustración y hastío.
Soluciones a corto plazo
Es real la existencia de sectores que anhelan cambios profundos en el funcionamiento del Estado en múltiples áreas; sin embargo, no está igualmente clara la forma de posibilitarlos en momentos de mayor resistencia para convenir, salvo si se acepta la posición de cada actor.
En su lugar, se avanza en ajustes de menor calado, que tienen el mérito de brindar soluciones a corto plazo, manteniendo esos anhelos en el mundo de las ideas y presos del paso del tiempo, sin una respuesta capaz de variar significativamente el estado de situación en aspectos cruciales para el país, y evitar así perpetuar los costos asociados el inmovilismo.
La reforma del Estado, el régimen de representación política, el financiamiento de la infraestructura pública, la sostenibilidad de la seguridad social frente a la promoción de la actividad económica, el futuro de la actividad agrícola ante la apertura de mercados, el modelo educativo, todos forman parte de ese crisol de cuestiones en las que, pese a su continua presencia con más o menos intensidad en la agenda pública, no podría afirmarse que como país hayamos alcanzado un acuerdo por el fondo en cada una de ellas.
Con todo, es obligatorio insistir una y otra vez en la democracia como el marco de reglas para acercar posiciones y solventar las diferencias pacíficamente, cultivando siempre las formas que incentiven la búsqueda de puntos de encuentro, por más difíciles que sean, y aceptando que hay demasiado en juego y mucho que perder cuando, como sociedad, no se consiguen los pactos mínimos para hacer progresar una nación.
Un país incapaz de convenir hasta en las cosas más elementales terminará por socavar las reglas del juego democrático, y el más fuerte se impondrá.
El autor es politólogo, abogado y asesor en asuntos políticos, económicos y legales.