El factor determinante de la rápida expansión global de la Internet ha sido la libertad. Gracias a este prodigioso instrumento, nutrido de la autodeterminación de miles de millones de seres humanos alrededor del planeta, han crecido las comunicaciones, el comercio, la ciencia, la cultura y tantas otras facetas de la creatividad humana.
Recordemos los incontables intentos de gobiernos antidemocráticos por impedir ese flujo de comunicaciones. ¡Cuánta sangre derramada, cuántas vidas perdidas! Frente al natural empuje de las personas por expandir su ámbito de relaciones más allá de los límites impuestos por antojadizos gobiernos, se yergue el afán asfixiante de regímenes cuyas ideas rectoras son repudiadas por las mayorías cívicas de sus naciones.
Pensemos en los iraníes que han perdido la vida por difundir y dar a conocer sus derechos electorales, en los hermanos cubanos cuyos anhelos de libertad de expresión son causa de prisión, en los chinos que a diario son remitidos a las mazmorras de los mandarines de Pekín en respuesta a sus empeños libertarios, en los rusos doblegados en prisiones por manifestar su independencia ideológica y en otros hermanos latinoamericanos que aún a estas alturas de la historia son presa de autocracias execrables.
Desde luego, el recuento de los regímenes antagónicos de la libertad sería una larga tarea, como interminables han sido los empeños de ese vasto repertorio de gobernantes para socavar las expresiones de la autonomía individual valiéndose, incluso, de los organismos internacionales.
Así, precisamente, ocurrió hace pocos días en la asamblea de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) reunida en Dubái. La agenda de estas conferencias suele ser primordialmente técnica, lo cual tiende a generar ausencias temporales de participantes cuyos intereses rondan por otros lados. Esa tendencia fue la trampa tendida por Rusia, China, India, Brasil y tantos otros de África, Latinoamérica y Asia para perpetrar un inaudito asalto al libre uso de la Internet.
Resulta increíble ver cómo, en horas avanzadas de la noche, se aprobó un nuevo tratado que otorga mayores poderes a los gobiernos para meter mano en el acceso a la Internet en sus países. El fraude fue tejido de manera sorpresiva. Se anunció la votación de un acuerdo no obligatorio, con el consabido estribillo de que las decisiones de la UIT son adoptadas por consenso. De esta forma, sin mediar debates, el texto resultó aprobado por 89 votos a favor y 55 en contra.
Sin embargo, contrario a las seguridades pregonadas por el directorio, el novel acuerdo sí será obligatorio en el 2015 para los países que votaron a favor. Aunque no obliga a los que se opusieron, el daño ya está consumado. El texto devino de inmediato en una especie de Cortina de Hierro tendida alrededor del bloque ganador para obstaculizar el acceso pleno disfrutado hasta ahora por los ciudadanos de todos los países.
Al despertar de su candidez, las delegaciones timadas manifestaron sorpresa por los alcances reales de la decisión. En particular, Estados Unidos y sus aliados comprendieron tardíamente los efectos dañinos de su negligencia, comenzando por la airada reacción del público que ha anegado las páginas de influyentes medios de comunicación en todo el mundo.
Algunas de las acciones de reivindicación sugeridas son interesantes, como la ofrecida en el Wall Street Journal por Andrew McLaughlin, ex asesor en materia de tecnología del presidente Barack Obama. A su juicio, lo que procede es una combinación de decisiones del Capitolio estadounidense y propuestas en los foros mundiales para eliminar la UIT y enrumbar las telecomunicaciones por los caminos originarios de la Internet.
En todo caso, no se debe perder de vista que Internet creció y se expandió gracias a la libertad de los participantes. Ante la alternativa de libertad o estatismo para la Internet, alentada por el reciente acuerdo en Dubái, no cabe duda de que la libertad eventualmente prevalecerá.
El muro estatista erigido por autócratas y déspotas en el polémico acuerdo, al igual que ocurrió con las murallas totalitarias de la Europa sovietizada, cederá al peso aplastante de la libertad que los pueblos hoy exigen y merecen.