Con la elección, por primera vez en la historia, de un candidato estadounidense presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) se abre un inquietante futuro para la institución. Por desgracia, a partir de lo ocurrido durante el proceso de elección, es difícil suponer que una mayoría de sus socios tengan la firmeza, razón y visión suficientes para evitar que los malos augurios se conviertan en realidad.
No se trata únicamente de que por primera vez en los 61 años de existencia del BID el gobierno de Estados Unidos echara por la borda la tradición, según la cual un latinoamericano ocupaba la presidencia y un estadounidense la vicepresidencia, al igual que la dirección jurídica. Este fue un arreglo al que accedió, en 1959, el gobierno de Dwight Eisenhower para asegurar un necesario balance en el liderazgo de la institución, reconocer su trascendencia para América Latina y el Caribe, y reciprocar que su sede esté en Washington. Por ello, la ruptura no solo es simbólica, sino sustantiva, porque implica un intento —desgraciadamente exitoso— de imponer la voluntad del socio más fuerte sobre el resto.
Peor aún, rota la tradición, el gobierno de Donald Trump, lejos de promover un candidato que, además de atestados técnico-profesionales demostrara capacidad de diálogo, moderación, adecuada sensibilidad y experiencia ejecutiva, escogió a uno de los más duros “halcones” de su gobierno en cuestiones hemisféricas. Se trata de Mauricio Claver Carone, director de asuntos del hemisferio occidental del Consejo de Seguridad de la Casa Blanca, quien se ha caracterizado por su dureza, inflexibilidad y hasta desdén por quienes postulan distintos puntos de vista.
Pero lo que más sorprende e inquieta no es esa postulación, sino la extrema docilidad de la mayoría de los países latinoamericanos y caribeños ante ella, muchos de los cuales le dieron su apoyo público tan pronto fue anunciada. Esto hizo sumamente difícil articular una candidatura alterna con suficiente fuerza, lo cual explica y justifica que la expresidenta Laura Chinchilla, con muchos mejores atestados en todos los sentidos, renunciara a sus aspiraciones y no inscribiera su nombre, lo que también decidió el candidato argentino. Tampoco tuvieron eco los llamados de Argentina, Chile, Costa Rica y México para que se postergara la elección.
Finalmente, el 12 de este mes, en la Asamblea de Gobernadores, integrada tanto por los socios regionales como por los extrarregionales, Claver recibió los votos de 30 países, entre ellos 23 de la región, y se registraron 16 abstenciones, según fuentes de la organización.
En el capítulo de las desagradables sorpresas y las inexplicables docilidades, lamentablemente, debemos incluir que Costa Rica, en lugar de ser consecuente y abstenerse, votara por el estadounidense. La explicación oficial fue su presunta promesa de incorporar a su línea de trabajo las principales propuestas de la expresidenta Chinchilla; sin embargo, más que a real razón, suena a inverosímil excusa.
Podríamos pensar que, tras asumir el cargo, el 1.° de octubre, el nuevo presidente trate de reducir la crispación creada por su candidatura, busque conciliar posiciones y coloque en aquellos puestos en que puede incidir a personas claramente independientes y competentes. De no ser así, como tememos, el comportamiento mayoritario demostrado hasta ahora por América Latina y el Caribe sugiere que difícilmente habrá posibilidades de articular un bloque suficientemente fuerte para obligarlo a tomar un camino adecuado.
Ya desde antes de la elección Claver había manifestado su intención de que el BID se convirtiera en un contrapeso de China —que es socio extrarregional— en el financiamiento de los países hemisféricos. Esto revela una intención basada en consideraciones de geopolítica estadounidense que, aunque compartimos en gran medida, no deben interferir en la conducción de la principal institución financiera del hemisferio.
Tememos que, en el camino, surjan otras distorsiones y que, si Trump logra reelegirse, se exacerbarán. Si, en cambio, Joe Biden llegara a la Casa Blanca, es muy probable que el Ejecutivo estadounidense obligue a la renuncia de Carone. Sería lo mejor, pero, paradójicamente, de nuevo la suerte del BID no dependerá de una voluntad responsable y concertada de América Latina y el Caribe, sino de las decisiones de Washington.