Costa Rica asumió el compromiso de reducir sustancialmente sus emisiones de gases de efecto invernadero en el marco del Acuerdo de París negociado en el 2015 y liderado por Christiana Figueres Olsen, entonces secretaria ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
El orgullo de ver a una costarricense conducir las negociaciones del histórico acuerdo culminó con la inolvidable imagen de la torre Eiffel iluminada con los colores patrios como reconocimiento a la vocación ecologista de nuestra nación. La voz de Costa Rica se escuchó entonces y se ha hecho escuchar siempre en las discusiones sobre el cambio climático y la defensa del planeta.
Hemos logrado, con justas razones, un impacto muy superior al de nuestra talla geográfica y número de habitantes. Esa credibilidad es un activo de valor creciente para una nación como la nuestra, ubicada en una de las regiones más castigadas por el cambio climático en todo el planeta.
Por eso, debe ser motivo de honda preocupación el incumplimiento de los compromisos adquiridos en París. Lejos de la significativa reducción de gases de efecto invernadero prometida, el consumo de hidrocarburos va en aumento. No hay estadísticas recientes de las emisiones nacionales, pero las importaciones de combustibles fósiles delatan la realidad. Los hidrocarburos ganan espacio en la matriz energética frente a la electricidad generada de fuentes limpias y también es fácil constatar la ausencia de programas específicos para disminuir el consumo de petróleo.
El país pasó de utilizar 18,9 millones de barriles de hidrocarburos en el 2015 a 22 millones en el 2019, según el registro de importaciones de la Refinadora Costarricense de Petróleo (Recope). En el 2020, el consumo cayó a 17,2 millones por la contracción de la pandemia, pero el año pasado volvió a casi 21 millones.
Los hidrocarburos aportaron el 65% de la energía nacional en el 2019. La electricidad contribuyó un 21% y la biomasa (bagazo, leña, cascarilla de café y otros residuos agrícolas) un 13%, según el Sistema Nacional de Métrica de Cambio Climático del Ministerio de Ambiente y Energía. El jerarca de esa cartera, Franz Tattenbach Capra, pide honestidad para reconocer el incumplimiento. Prometimos más de lo que podíamos sin disponer de un marco de acción adecuado, dice el funcionario.
Tattenbach reconoce el potencial existente para sustituir el petróleo con electricidad limpia, pero esos recursos han estado a disposición desde el principio. Quizá no prometimos de más, sino que no hicimos lo necesario. Entre las medidas ideadas para electrificar sectores dependientes de los hidrocarburos, el ministro propone tarifas de descarbonización con condiciones favorables, como la negociación de compras de electricidad al mismo precio durante varios años.
Según cálculos del Minae, los procesos industriales y de calderas (fabricación de cemento, cal y vidrio) consumen combustibles fósiles equivalentes a 500 megavatios de electricidad que el país podría producir con fuentes limpias y renovables. Aparte de contribuir al cumplimiento de nuestros compromisos internacionales, esa transformación reduciría la dependencia de fuentes energéticas externas y el sometimiento a los vaivenes de los precios internacionales.
Ojalá la tarea sea definida como prioritaria porque ahora, a la larga lista de buenas razones para limitar el consumo de hidrocarburos, se suma la necesidad de reparar nuestra credibilidad internacional y preservar el prestigio de país comprometido con la preservación del planeta.