Por circunstancias de la vida, he debido tener cierta exposición en la prensa para explicar algunos de los asuntos que surgen, un día sí y otro también, sobre la pandemia y ahora acerca de la viruela símica.
Desde el principio, por mi formación académica como profesional en salud, específicamente como médico veterinario y epidemiólogo, se me consulta según han ido surgiendo detalles sobre el virus, la enfermedad o las vacunas, por citar lo más frecuente.
Lo mismo ocurre con apreciables colegas, amigos y amigas que compartimos la formación en ciencias de la salud, con estudios de posgrado en virología, estadística, matemática, biología molecular y otras disciplinas.
No me gusta hacerme llamar experto, pero sí los considero expertos a ellos; son doctos en la materia. Sin embargo, creo que tanto ellos como yo nunca aspiramos a que se nos crea todo lo que decimos apelando a la falacia de autoridad, sino al corpus de conocimiento y evidencias presentadas en cada caso, siempre susceptibles de verificación, que es lo que hacemos quienes nos dedicamos a la ciencia.
Todas las personas a las que me he referido antes, y muchas otras como nosotros en el mundo, hablamos con el conocimiento creado y sometido a las pruebas más robustas que el método científico exige, y a las que el honor y la ética obligan.
Agradecemos profundamente las dudas que, con justificada razón, se expresan sobre lo dicho por uno. La duda fundamentada es la génesis de la creación científica.
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Ejercicio de verificación
En estos casi dos años de pandemia, se ha producido tanta información y a una velocidad tan trepidante que, para estar actualizados con lo científicamente válido —hasta el momento— y validable, seguramente deberíamos estar dedicados en forma exclusiva a la lectura consciente de un tema específico, buscando en las mejores revistas y, aun así, sometiendo a estricto juicio lo leído.
Lamentablemente, no es posible para nadie; no hay ser humano capaz de lograrlo.
Pero al igual que algunos lo intentamos, hay otros que se nutren de otro tipo de información, publicada mayormente en revistas científicas o en la prensa, y otras tantas veces en blogs, páginas de organizaciones con fines específicos y, desafortunadamente, en las redes sociales, sin un ejercicio juicioso y mesurado de lo que se recibe y se lee.
Es doloroso que, no pocas veces, información falsa con motivos tendenciosos y posibilidad de causar enormes daños circule por la red y, cual bola de nieve, crece y crece llevándose en el camino el bienestar de una, diez, mil y hasta millones de personas.
Es duro decir que la información falsa se produce y se esparce en ocasiones de manera dolosa; otras tantas, de forma ingenua.
Compartir o no compartir, he ahí la cuestión
¿Cuántas veces nos ha llegado un mensaje con tintes de ser muy creíble, pero era una mentira, y, sin embargo, se ha compartido con muchos “contactos”?
Quien la produjo tuvo la intención manifiesta de causar daño; los demás actuamos por inocencia. Quien no conoce sobre el tema, quien no es un estudioso en profundidad quizás tenga un enorme desconocimiento que no es, para nada, una falta grave.
Todos somos un poco ignorantes en la mayoría de las áreas del conocimiento que existen en el mundo; ergo, somos más legos que doctos.
Yo, hasta para las cosas más sencillas del funcionamiento de mi vehículo, que uso todos los días desde hace seis años, soy lego; y así lo reconozco, pues cada cierto tiempo debo visitar al mecánico, docto en su materia, para que me socorra en mi ignorancia.
Un maravilloso artículo, un tanto añejo ya (27/7/2021), publicado en la prestigiosa revista BMC Infectious Diseases, menciona una serie de falsas dicotomías que se habían manifestado, hasta la fecha de su aceptación en junio del 2021, sobre lo relacionado con la covid-19, salud pública, uso de mascarillas, sintomatología, transmisión y reinfección.
Les preocupaba a los autores la polarización. No se incluía la cuestión de las vacunas, pues fue escrito en el año 2020. El artículo nos lleva, de forma maravillosa, por una serie de ejemplos que nos indican que hay tonos entre el blanco más nítido y el negro más profundo.
Eso sí, cada color —en este caso, un tema o un área específica del conocimiento— debe ser robustamente investigado, analizado, escrutado e idealmente validado antes de ofrecerse a los demás como verdad creíble.
Es más, con excepción de las leyes, las teorías y los teoremas, todo lo demás es susceptible de verificación.
Palabras injustas
Traigo a colación todo lo anterior porque noto que detrás el teclado no poca gente dispara palabras convertidas en pesadas e injustas municiones hacia personas como yo que, en nuestra intención de facilitar la comprensión respecto a determinados asuntos, ofrecemos argumentos sustentados en lo más válido existente hasta cierto momento, sea sobre formas de transmisión y prevención de contagios de un virus, los mecanismos de acción o eficacia de las vacunas y los tratamientos, por citar algunos.
Desafortunadamente, así es en todo el mundo, y no lo digo para consolarnos. Comprendo que haya gente que no piense como mis colegas y yo, pero creo que las ideas se confrontan con evidencia, no con creencias, supersticiones, dogmas o teorías conspirativas.
Me llama la atención cuando alguien confiesa su ignorancia con la frase “yo no sé nada sobre eso”, e inmediatamente da su opinión con gran autoridad, antecedida de un “lo que yo creo que deberían hacer es…”. Frases como estas nos es posible construirlas por docenas si nos lo proponemos.
Umberto Eco acuñó una descripción bastante violenta, valga decirlo, contra quienes vacían sus sentimientos y pensamientos sin pasarlos por un tamiz.
La primera parte, así como el cierre, la omito, pero esta línea los llevará a reconocerla: “Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio nobel”.
Lo malo no es opinar ni hacerlo con ignorancia; en ocasiones, así es como se originan grandes oportunidades para grandes explicaciones.
Lo que no se vale es el ataque virulento, ominoso, ad hominem, contra quien intenta, en forma auténtica y desinteresada, científicamente bien fundamentado, colaborar en la comprensión de los eventos que ocurren en nuestra sociedad.
De legos a doctos, de doctos a legos, debemos reconocer en cada momento nuestro lado y respetar al otro.
El autor es epidemiólogo y profesor de la Maestría en Epidemiología en la Universidad Nacional.