Buen número de ensayistas europeos actuales se ocupan, en libros y artículos, de comparar, con talantes que van desde el humor hasta la alarma, el clima político y cultural de nuestros días con el de la década de 1930, vista esta como el período en el que el nazismo y el fascismo consolidaban una fuerte y trágica hegemonía en Occidente, incluso en países donde no llegaron a ocupar formalmente –y despiadadamente– el poder.
Aun cuando estos autores no aplican químicamente puro el principio de que la “historia se repite”, básicamente les atribuyen a ambos períodos similares rasgos de mediocridad política, militarismo rampante, menosprecio por la cultura y exacerbación de la xenofobia, de los que hoy escapan muy pocas sociedades occidentales.
Cuando se permiten mostrarse optimistas, señalan que, al menos en el caso de Europa occidental, una resurgencia de la extrema derecha “muy extrema” debería chocar con el valladar que representa una experiencia de varias décadas de paz y prosperidad relativas; pero suelen reconocer que la Unión Europea, supuesto paradigma de la integración democrática – malgré la bárbara excrecencia carolingia que significa la OTAN–, tiene un ala rota en el gobierno de los comisarios burocráticos de Bruselas que, carente de base constitucional, parece funcionar según el viejo modelo soviético: poder absoluto sin sujeción a mecanismos electorales –ni siquiera los meramente simbólicos– de la democracia liberal. Algunos llegan a pensar, rozando el cinismo, que peor les va a Estados Unidos y a Latinoamérica, los otros dos bastiones de la cristiandad democrática.
En lo que sin duda convergen es en la aceptación de que al mundo lo mueve un motor de cuatro tiempos: la voracidad mercantilista impregnada en el llamado proceso de globalización, el irrespeto a la naturaleza cuyas consecuencias son cada vez más temibles, el retorno medieval al derecho de la fuerza y la descalificación y pauperización de la cultura humanística (por cierto, en pleno proceso de adopción por parte de la universidad pública).
Es un tema complejo, y lo será más conforme se vuelva bibliográficamente más abigarrado; pero creemos haberle encontrado un estupendo vademécum iniciático: el manifiesto La utilidad de lo inútil, del lógicamente poco conocido filósofo y profesor italiano Nuccio Ordine. Para paz y comodidad del sector bibliofóbico de nuestra civilización, anunciamos que no es muy voluminoso: unas 110 páginas. Solo que no trae letra grande en la edición que tenemos a mano.