En el frontispicio de acceso a casi cualquier empresa o actividad humana, pero principalmente a la política, convendría que fijáramos la admonición con la que Constantino Cavafis empieza Los idus de marzo, uno de sus poemas canónicos.
Dice el poeta: «Teme, alma mía, la grandeza. / Y si no puedes vencer tus ambiciones,/ con cautela y precaución secúndalas./ Cuanto más adelante vayas,/ estate más atenta y avisada».
¿De qué grandeza se trata? Por lo pronto, de la que se persigue para obtenerla, no de la que se concede sin perseguirla.
El ejemplo que emplea Cavafis para aclararlo es el de Julio César, cuya ambición de poder le impidió distinguir, en el momento crucial de su vida, entre lo prudente y lo intrascendente, para acabar acuchillado por los conspiradores.
Aquella mañana, mientras iba camino del Senado, alguien se acercó a César y le entregó una nota advirtiéndole del peligro que corría, encareciéndole: «Lee esto de inmediato, es un asunto de importancia que te atañe».
Él, sin embargo, no se detuvo, dejó para después la lectura del mensaje: ya no hubo futuro, porque su desmesura le movió a desentenderse de la nota y a ocuparse en cambio de cuantos para honrarle le saludaban y se arrodillaban a su paso.
En palabras de un comentarista de Cavafis, César es un símbolo del poder y el arquetipo de la ambición que conduce a la ruina. (Diferente era el juicio de Montaigne, para quien la ambición de César era moderada, aunque infausta).
Así, pues, de esta grandeza se trata, a la que podría llamarse clientelista; sea, la que con mucha frecuencia es adobada con sumisión y adulación.
Cavafis piensa que hay que temerla, mas no demonizarla. Después de todo, es un dato social inevitable, el producto en el que cristaliza la ambición. Resistirse a esta última inclinación es un empeño irreal, excesivo y casi siempre inútil.
De modo que hay que someter la ambición, conducirla, para que no se extravíe, con «cautela y precaución».
Por esta razón, el poeta alejandrino recomienda: «Cuando de un hombre afamado tengas porte, cuando hayas llegado a tu cenit», y te prevengan del peligro, «no dejes de aplazar cualquier charla o trabajo», y atiende.
El autor es exmagistrado.