Aunque no debería ser así, para nosotros la noticia no pasa del rango de curiosidad, pues alude a una ciudad sudafricana de la que, a lo sumo, sabemos dos cosas: ahí nació J. M. Coetzee, galardonado con el nobel de literatura, y en una isla de su jurisdicción guardó prisión durante 27 años N. R. Mandela, quien más tarde llegaría a recibir los premios nobel y Lenin de la paz. En fin, la noticia informa de que Ciudad del Cabo, moderna aglomeración urbana de tres millones y medio de habitantes se ha quedado virtualmente sin agua.
De una visita a esa ciudad, recordamos tan solo vaguedades: el mercado de artesanías más multicultural que imaginarse pueda, situado alrededor de un estadio de rugby; la librería mejor atendida del mundo, en la que el cliente que buscara libros o autores específicos era atendido por un elegante profesor de literatura pertrechado con innumerables catálogos locales y extranjeros que envidiaría cualquier biblioteca universitaria de la época, y un barbudo burócrata que todas las mañanas descendía en un planeador plegable desde su vivienda situada en un cerro cercano, aterrizaba en la plazoleta de un mercado popular y, al atardecer, regresaba al hogar en autobús. Tampoco es posible olvidar la impresionante Montaña de la Mesa, que domina como una muralla defensiva el silueta de la ciudad.
LEA MÁS: Dónde se puede encontrar agua
Con respecto al problema que plantea esa escasez de agua, que pronto se presentará en otras grandes ciudades, lo único que podemos hacer es lo que haría un visitante marciano: observar desde lejos y esperar que los terrícolas de cada lugar encuentren cómo resolverlo. Sin embargo, son interesantes algunas propuestas de solución que se inspiran en los novelones de ciencia ficción, como una que, a primera vista, no es tan estrafalaria: remolcar trozos de agua dulce congelada –icebergs– arrancados de la Antártida, paradójicamente el continente más seco de todos. Sin conocer a fondo el enfoque técnico de la propuesta, se nos ocurre que, cualquiera que sea, el empeño se verá entorpecido por causa de los reclamos de soberanía que, sobre la Antártida, sostienen varios países –ninguno africano–, entre los que figura, con una ambición ridículamente desproporcionada, un bloque de hielo situado en el otro extremo del planeta: Noruega. Sin duda, este mundo está loco.
duranayanegui@gmail.com